MICRORRELATOS



JUEVES, 28 DE ABRIL DE 2011



Los lunes son días de frío. Juan no lo sabía y aquel lunes salió desprevenido
 a la calle. Ráfagas de viento gélido y copos de nieve surgieron de pronto desde 
el centro de la tierra y Juan, en mitad de la avenida, 
sobre la hilera de franjas blancas del pavimento, quedó convertido en estatua de
 hielo. "Todos los lunes deberían ser días feriados", pensó alguien que miraba la 
ciudad desde una alta ventana.

http://quimicamenteimpuro.blogspot.com.ar/2011/04/lunes-irma-verolin.html

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REVISTA AZAHAR

martes, 12 de febrero de 2013


DETRÁS DEL VIDRIO


Recordó las mantillas de tul que usaba cuando era chica para ir a la iglesia, las bombachas
de organdí que le regalaron en sus quince años cuando todo era promesa, aquel mantel de
batista que tanto le gustaba a su madre y las cortinas con grandes perforaciones. Todo era
transparente ahora que podía ver del otro lado del vidrio esmerilado a su marido haciendo
arcadas y ruidos que presagiaban un final. Preguntó: ¿Estás bien, querido? Y del otro lado
la voz de un hombre le hizo sentir que el mundo se recomponía, un mundo lleno de aguje-
ros en el que ni siquiera los maridos tenían nombre.


IRMA VEROLÍN -Argentina-
Publicado en la revista Gaceta Virtual 74


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REVISTA AZAHAR

domingo, 10 de febrero de 2013

UNA MUJER EN EL CEMENTERIO



La harina del tiempo es muy intangible. Es amasada en el aire, en el mismo 
aire que se respira,el aire que se hace viento y se impone a la voluntad de los 
planetas. Ella lo sospechaba la tarde en que fue al cementerio a revolver recuerdos 
siempre confusos. Ella contaba sus recuerdos como figuritas y nadie la contradecía en 
la soledad blanda de su departamento o en el largo camino al cementerio en aquel 
colectivo rechinante. Una tarde miró la tumba vecina en la que otra mujer
musitaba palabras inaudibles. La cabeza gacha, un poco inclinada sobre sus rodillas. Ella
vio a la mujer y contempló la tumba casi igual a la suya, pulcra, cuidada. Se vio a sí misma
en la mujer como en un espejo inmenso donde  la tierra era apenas un planeta diminuto. 
A partir de aquella tarde empezó a amasar nuevos recuerdos que partían de ese presente 
transformado en reciente pasado: la tarde, el cementerio, las dos tumbas.  Qué extraña es 
esta vida, se dijo, el tiempo se mezcla con lo que no debiera. Es como el aire. Y respiró 
profundo, profundo. El tiempo dio un revés dentro de ella misma y se plegó mil veces y  
después reanudó su marcha.

IRMA VEROLÍN -Argentina-
Publicado en la revista Gaceta Virtual 74

   http://revistaazahar.blogspot.com.ar/2013/02/una-mujer-en-el-cementerio.html

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La siguiente la pago yo


Ventana


Por debajo y detrás de todo está la tristeza arañando sus propios contornos, en su demoledora, deslumbrante certidumbre. Casas, puertas, ventanas, mundo, rodean los almanaques y los días, todo eso envolvió cada detalle y la redondez de la vida

aquella mañana especialmente, una mañana parecida a otras, una mañana bastante fresca. Entonces la mujer hizo un esfuerzo y logró asomarse a la ventana, inclinó su torso con dificultad y en el borde vio un bicho zancudo que caminaba torpemente. Observó un poco mejor y supo que en realidad al pobre insecto le faltaba una de sus patas. “No vas a ir muy lejos”, pensó. El aire flotó alrededor casi desmayándose. ¿Qué hacer? Ella tuvo la tentación de aplastarlo con un simple palmoteo de su revista, hubiera sido tan sencillo estirar el brazo y tomar el semanario que había comprado el día anterior. Pero no. Se dedicó a observarlo un rato más que se fue estirando con el sonido de las voces de unos niños que corrían en el patio de la escuela vecina, como si el tiempo mismo también quisiera enterarse del asunto en cuestión. Algunas imágenes volvieron y se desplazaron, melancólicas, por su mente: muchachas corriendo a lo largo de una playa donde el mar se deshacía, interminable, rítmico, y acaso también un cuadro al óleo con bailarinas envueltas en tules evanescentes, un dos, un dos, la punta y el talón, otras imágenes más veloces, caballos, muchos caballos, juntos trotando sobre un camino de pedregullos. Mariposas, mariposas de colores. Ahora la mujer movió su cabeza para detenerse en la hilera de edificios, una brusquedad del paisaje con la que nunca se había podido poner de acuerdo. Y volvió a contemplar el bicho zancudo. Lo miró con piedad, aspiró desde muy adentro el aire enrarecido de ese barrio fabril, cerró suavemente la ventana y, con mucha lentitud, tomó sus muletas, fue hasta la cocina a prepararse una sopa, una sopa humeante, imaginó, una sopa que se le resbalaría entre los dientes.


Irma Verolín
http://lasiguientelapagoyo.blogspot.com.ar/2013/10/ventana.html
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La siguiente la pago yo


viernes, 1 de noviembre de 2013


Hombre corriendo

El hombre llegó corriendo al aeropuerto, pero fue inútil: perdió su  avión. Unas horas  más tarde, mientras se encontraba en su casa, vino a enterarse  de que el avión en el que no pudo viajar se estrelló  a  escasos minutos de remontar vuelo.  Limpiamente  había ascendido desde la pista color cemento  para hundirse en un cielo claro y celestón y, allí mismo, se confundió con el aire cuando la llamas se lo tragaron con una voracidad sólo conocida a esas elevadas alturas. Pocos días después el hombre salió a las apuradas  de una sucursal de banco  media hora antes de que entraran los ladrones que tirotearon contra las  ventanillas y la gente que hacía fila. Quedaron los cuerpos apiñados sobre una alfombra gris, algunas manos apretaban unos cuantos billetes y otras quedaron estiradas, vacías, inmóviles. Transcurridos apenas unos  pocos días, como de costumbre, apremiado por el   estrecho margen de tiempo con que contaba para llegar a su trabajo,  el hombre esquivó su camino ordinario y eludió el puente justo en el momento en que ese puente se quebró.  Un tendal de autos salidos de su cauce fue la imagen que pudo ver por la noche en el noticiero de la televisión.



-No es bueno vivir tan apurado- opinó su doctor de cabecera  no bien terminó de tomarle la presión y hacerle el clásico gesto de que todo estaba   en su sitio porque le sobraba salud.
Al salir del consultorio del médico fue justamente su urgencia por llegar a horario a su próximo destino, la que evitó que una pesada maceta que se descolgó de un balcón cayera sobre la cabeza de ese mismo hombre que, absorto, se quedó mirando hacia arriba un largo rato. Pero arriba  ahora no había más que aire, aire y cielo.   A un   costado del árbol  fue posible ver el cuerpo tendido de una mujer  cuya aura flotaba ingrávida e iba ganando una altura que nadie desde la tierra es capaz de distinguir. Entonces, en ese  exacto instante, el hombre escuchó  algo parecido a un susurro: “Ya no te vas a escapar más”.  El timbre de voz no le resultó extraño,  sin embargo  vibraba con una cadencia alucinante. La voz de la muerte  suele tener ese tono y esa suave ondulación con subidas y bajadas que invita a la  inquietud y a la sospecha. De modo que precisamente para escaparse,  el hombre empezó a correr a lo loco, desesperado. Corrió sin descanso y de tanto correr se resbaló y en ese resbalón se deslizó la muerte y los dos, la muerte y él,   siguieron corriendo. Corrieron y  corriendo juntos, tan juntos que  si alguien los hubiera visto  desde lejos  sin duda habría creído que eran una misma cosa.


Irma Verolín

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 De "Selección de textos" II Premio microrrelatos  Manuel J. Peláez. España 2014
Texto:

                                         EL DOMADOR DE MARIPOSAS
                                                       
Obra de Henry Darger

 Sin la menor duda el domador de mariposas realizaba una tarea deslumbrante.  Era un hombre un poco desgarbado y de ojos lánguidos.  Solamente él dominaba  una complicada red de trucos y había descubierto hasta el más  mínimo secreto para que las mariposas hicieran lo que era necesario: dar vueltas  por el  translúcido aire describiendo círculos esbeltos, quedarse posadas un tiempo prolongado sobre el hombro de  delgadas muchachas o revolotear con gracia alrededor de una orquídea.  Él sabía que  siempre las mariposas buscan la luz, de  manera que su trabajo oscilaba entre luces y oscuridades. Daba gusto verlo realizando gráciles movimientos con sus brazos, la mirada fija en una mariposa multicolor sometida a las ondulaciones de sus manos, a los conos de sombra y a las ráfagas de luminosidad que él  dominaba con inigualable  destreza. Por desgracia la vida de una mariposa es tan breve que  no bien el pobre domador se encariñaba con una de las más  bellas y atrayentes,  estaba obligado a despedirse.  La fugacidad dejaba en el aire una ráfaga entre desconsolada e inquietante; eso, demás está decir, le producía una pena infinita. Pronto se hicieron  notables los estragos que los avatares de la profesión  fueron dejando en él. El hombre se volvió taciturno y  bastante hosco. De tanto obligarlas a ir de la oscuridad hacia la luz y de la luz hacia la oscuridad para que las mariposas  se comportaron de acuerdo a lo esperado, él mismo se convirtió en un ser grisáceo que conocía a la perfección ese límite frágil que separa lo negro de lo diáfano, lo  denso de lo  sutil.  La vida es muy extraña y, por supuesto, injusta: quienes profundizan en los misterios de la luz son atraídos por una fuerza que, desde el otro lado, los llama  antes de tiempo. Como era de esperarse, el domador de mariposas murió demasiado joven sin dejar reemplazante.


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"Esa niña"  de "90 microrrelatos más" Mundopalabras- España. 2013,

                                                ESA NIÑA

La niña que grita en mi interior tiene la boca muy abierta y los dientes cariados.  Y también unas manos pequeñas que mantiene siempre extendidas. Su figura es frágil y hambrienta.  Como yo estoy demasiado entretenida con el mundo, simulo no escucharla. A veces, cuando  su griterío nos devora a las dos, una intensidad que no
puede ser nombrada viene a nosotras. Entonces el mundo retrocede a pasos agigantados,  se recluye en un lejanísimo fondo que resplandece. En ese momento, justo en ese preciso momento, lo recomendable es cerrar bien los ojos y esperar a que todo pase.

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                                                          EL VIAJE

   Cuenta mi abuela que en año  veintiocho ella iba con su hija en brazos en el asiento delantero de un coche Fort T.  Era un coche que relucía muy negro por fuera y acolchado por dentro. Quien manejaba era un vecino acaudalado que había insistido en llevarlas hasta un campo cercano, un hombre delgado de grandes bigotes con un sombrero que lo hacía un poco más alto. Cruzaron aquel pueblo de casas cuadradas y techos bajos  interrumpidos por  la sombra de árboles que se desbocaban sobre la vereda y de pronto: una embestida. El coche había chocado con un carro a caballo. La cabeza del caballo entró por la ventanilla abierta y su respiración  de animal, pegajosa,  densa, se confundió con la de mi abuela. Los hombres discutían afuera, y el caballo respirando. Mi abuela sólo dice recordar eso y después casi nada. Salvo que su niña murió aquel verano. Aliento de animal tiene la vida, dice mi abuela.


Obra de Henry Darger

El mismo texto en versión un poco más extendida: https://www.youtube.com/watch?v=ziIwAi6HM5Q