REPORTAJES Y NOTAS

MARÍA TERESA ANDRUETTO EN BLOG DE NARRADORAS ARGENTINAS


IRMA VEROLÍN

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La disyuntiva en arte es siempre qué se mantiene y qué se innova y en esa línea delgada nos movemos, dice esta escritora en cuya obra la voz narrativa, siempre eficaz y conmovedora, es una voz impregnada por la melancolía. Las pérdidas familiares, el sentimiento de orfandad no ya solo como tema sino como una espiritualidad que se instala, construyen su sello de agua, junto a un tono que ella vincula con el ritmo de la respiración corporal. Sus novelas y cuentos giran en torno a núcleos emotivos inasibles, que dificultan o impiden a sus personajes el paso al acto y en sus relatos siempre íntimos, ingresan como un mar de fondo, las grandes cuestiones sociales. Así, lo ambiguo, lo elusivo es el camino para entrar en vidas que parecen condenadas al desamor, con un lirismo que pone distancia del lugar común, del ripio, del grito y de la risa, para que nada sobresalga ni desentone, para que el narrar fluya sin intermitencias, vaya acunado en su propia cadencia hacia lo que late misterioso, insondable.


Irma Verolín

Se dijo de ella:
Irma Verolín ha escrito un contratexto que es el habla y la escritura de las mujeres… Ella ha revisado su propia vida y se puso el espejo de las vidas de todas las mujeres de su historia personal. Y para hacer esto, naturalmente, se necesita audacia. Libertad Demitrópulos. Presentación de Hay una nena que gira, Liberarte. Buenos Aires, 1988. 

La literatura de Irma Verolín camina por el filo preciso de un cuchillo que separa la realidad de la ficción. El uso de la primera persona –frecuente en su universo literario- convence al lector para pactar con la magia de la historia narrada, y lo instala en el centro de los acontecimientos. Enrique Solinas.http://elincendio.blogspot.com/
Ella dijo:
Me crié en un barrio, Floresta, en el que la cultura no era muy cotidiana. Pero yo tenía una tía actriz que apareció en medio de esa especie de suburbio y vino de no sé dónde y me llevó al teatro. Y de golpe como las mujeres del tango, aparecí en el centro de Buenos Aires entre los bastidores del teatro San Martín. Los primeros textos que percibí fueron textos que me llegaron oralmente, los grandes textos: Lorca, Chejov, Ibsen y mucho del grotesco criollo. Toda esa lírica del gran teatro yo la mezclaba con el barrio, la señora con ruleros. Entrevista con Canela. Centro Cultural Recoleta, 1 de octubre de 1994.

La palabra tradicionalmente está peleada con el camino espiritual porque la experiencia espiritual no se puede  traducir mediante el lenguaje, es como afirmaban los místicos medievales, intransferible….He ido y venido desde la palabra al silencio y viceversa montones de veces. .. El camino espiritual, además de modificar mi visión del mundo, me replantea constantemente el valor de la palabra en una sociedad donde la palabra se malgasta y se vende muy barata...  Diciembre 2010. Teleconferencia con Dr. Rebecca Ulland /University in Marquette, Michigan, U.S.A

     
 El camino de los viajeros Fragmento. 
A veces pienso que viajábamos no para escapar de esos días chatos ni para vivir en la transitoriedad sino porque sinceramente creíamos que existía el final del camino. O al menos una parte de nosotros conservaba la ilusión de que sobre esta tierra había un lugar que equivalía al Paraíso. Es factible que alguna memoria ancestral nos empujara a emprender ese trayecto hacia la cuenca vacía, hacia ese sitio sin nombre que buscábamos afanosamente cuando mirábamos un mapa. Los puntos rojos de las ciudades no nos llamaban la atención ni nos incitaban a mirar por detrás queriendo averiguar si, en el reverso o más allá del reverso, se replegaba ese final que adivinábamos de una manera confusa. Entonces desplegar el mapa indicaba el principio de la búsqueda de un tesoro. Y las islas perdidas eran un punto infinitesimal, tan liliputiense que nuestros ojos ávidos sólo descubrirían luego de trasladar el esquema del mapa al escenario del mundo. Ese pasaje obligado de descifrar primero un mapa para después constatar su veracidad llevando el cuerpo por el mundo, me retrotrajo en varias ocasiones al pizarrón negro de la escuela secundaria. Las fórmulas algebraicas eran ininteligibles, pero la monja, que se había recibido con honores de profesora de matemáticas en Italia, insistía en su futura aplicación y nos juraba y perjuraba su incuestionable practicidad. Alguna vez nos había dicho que esas equis y esas íes griegas seguidas de tanto número absurdo bastaban para medir el tamaño de una montaña. Me costaba aceptar aquello; en el fondo nunca le creí a la monja, que terminó regresando a Italia porque una carraspera fue seguida por una intensa tos y luego por una neumonía. En el fondo yo pensé que era un castigo por decir tantas mentiras. La misma perplejidad sentía yo cuando, no bien llegábamos a algún sitio, Marcos, sonriente, desplegaba una vez más el ajado mapa y señalaba con su dedo aquel intento de restringir el mundo a la chatura geométrica, a un declive de líneas celestes y ondulantes o a una cantidad de puntos rojos. Repentinamente me acordaba de la monja y la imaginaba en un monasterio tosiendo y tosiendo, penosamente, sin cesar. En el extremo superior derecho, el ajado mapa que Marcos desplegaba y plegaba como las velas de un barco, tenía el dibujo de una veleta. Los cuatro puntos cardinales eran cuatro extremos que nos hundían en la angustia. Hacia dónde ir. ¿Hacia el calor?, ¿hacia el frío?, ¿hacia el océano o la selva? La línea firme que separaba una nación de otra me despertaba temblores. Los guiones que marcaban el final y el principio de una provincia me retrotraían a las conocidas entonaciones y a los chistes del lugar. Jamás podía pensar en un árbol, en un clima o en un paisaje. Tantas veces sentí lo mismo que tuve que aceptar que allí estaba mi sello de la ciudad. Veía sólo construcciones, espacios demarcados, fechas y nombres. Nada que estuviese vivo se adelantaba en mí al contemplar el mapa. Todo era cultura ante mis ojos anticipados, no adivinaba ni siquiera lejanamente a la naturaleza. Así que se me ocurrió especular que tal vez eso me impedía ver el monte como era en realidad: un espacio entregado enteramente a las leyes de lo natural. Quizá la prueba o el desafío mayor había sido tener que entreverarme en ese código inusitado. También —no era nada improbable— mi rechazo al agua explicaba mis incomprensiones. Una vez uno de los hombres que solíamos levantar en la ruta, un buceador submarino, nos aseguró con un tono de voz sentenciosa, que la gente que rehúye el agua es gente que no ama la vida. De más está decir que no volví a dirigirle la palabra en todo el viaje, y sólo lo hice en el momento en que descendió del coche y nada más que para indicarle que cerrara bien la puerta. Si el monte se me presentaba como un garabato se debía a que miraba con ojos de ciudad aquello que exigía un enfoque nuevo. Me hubiera gustado arrancarme los ojos para entrar en el monte, arrancármelos en todos los sentidos de la palabra, lo que no hubiese sido más que un gesto absolutamente literario que hubiera acusado mi profunda ligazón a la cultura, a ese repertorio conocido de saberes que se reiteran una y otra vez con voces y formas. Lo natural, al menos en el monte, tiene más de sorpresa que de repetición y al parecer yo no estaba dispuesta a aceptarlo, por eso insistía en no comprender. Con el tiempo llegué a establecer alguna relación entre los arranques furibundos por viajar y nuestra vida de todos los días. Cuando yo lograba aceptar que me encontraba situada a medio camino entre mi alma y mi cuerpo, sentía el impulso loco de hablar de un viaje. Por lo general trataba de olvidar ese desencaje mío, esa constante necesidad de quitarme el cuerpo de encima recurriendo al vestido oloroso que colaboraba malamente. Por entonces mi única estratagema conocida para sacudirme el alma del cuerpo era viajar. Tenía el total convencimiento de que los viajes me daban esa sensación única de que mi cuerpo y mi alma se separaban. Así lograba ser sólo cuerpo, al menos por un rato.




Fuente:  http://narradorasargentinas.blogspot.com.ar/2013/09/irma-verolin.html
                                                                                                           
                                                                                                                                   2013

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Ediciones del Dock entrevistó a sus autores. Año 2015

Del Dock pregunta




Inauguramos nuestra sesión "Del Dock pregunta" con Irma Verolín. Gracias a la autora y a Santiago Moabre, cronista exclusivo para esta casa editorial. 

Del Dock pregunta:

-¿En qué actividades te sentís buena? 
En tareas manuales concretas, desde pintar una pared a confeccionar algún objeto reciclando lo que fue desechado. Y también en fantasear, sobre cualquier cosa, a veces, si el viento sopla a favor, ese mucho fantasear se convierte en texto. 

-¿Cuál es tu lugar preferido? 
Mi propia cama, mullida, cerca de mis gatos. 

-¿Cuál es tu película favorita? 
Hoy de entre las muchas que me gustan cito “La Strada” de Federico Fellini. 

-¿Cuál es la mejor canción del mundo? 
Un mantra hindú que repito diariamente en honor a Sri Ganesha. 

-¿Qué querías ser cuando fueras grande? 
Escritora o directora de la Revista “Vosotras” que leían mis tías y mi abuela porque me parecía que eso era muy importante. 

-¿Podrías contar un sueño? 
Soy muy chica y vivo en la casa de Floresta y allí estoy cerca de la escalera que va a la terraza. Necesito huir e intento subir la escalera. El Diablo anda cerca y yo me tengo que salvar. Al final de esa escalera está la luz amplia y generosa del aire libre. 

-¿Cuál es tu mayor esperanza? 
Descondicionarme de lo mal aprendido, verme a mí misma y al mundo con mayor nitidez, ampliar mi conciencia. 

-Si tuvieras que tatuarte una frase, ¿cuál sería? 
“Shanti” que significa “paz” en sánscrito. Allí está la felicidad y la verdad. 

-¿A qué escritor te gustaría entrevistar? 
Me gustaría entrevistar a escritoras, aunque ya no están en el mundo: Clarice Lispector, Libertad Demitrópulos, Jean Rhys, Alejandra Pizarnik, Cesare Pavese. 

-¿Qué cosas convierten un día malo en uno bueno? 
Cuando logro comprender por qué ese día está calificado de “malo”. Si lo comprendo tengo la posibilidad de revertir lo que ocurre. 

-¿Qué poetas te llevaron a la poesía? 
Alfonsina Storni, Alejandra Pizarnik y también Juan Gelman. 

-¿Además de la poesía en qué invertís tu tiempo? 
En la escritura de narrativa, en la lectura, en hacer trabajos manuales, caminar, meditar, en canto védico y prácticas como el Reiki y Magnified Healing. Además de sostener el mantenimiento de una casa con patio, terraza, vereda, ocuparme de la cocina vegetariana, etc. 

-¿Cómo es tu rutina de trabajo? 
Según las épocas: si escribo novela, desde la mañana organizada y frente a la pantalla. En poesía todo el tiempo, llevo un cuaderno en la cartera y tengo hojas por todas partes en mi casa. 

-¿Qué estás leyendo en la actualidad? 
Varios libros repartidamente: una antología sobre los poetas del grupo de la Revista “Orígenes” en Cuba y un estudio sobre la lírica moderna. En narrativa, releyendo a Demitrópulos y Saer porque estoy haciendo un curso con Florencia Abbate en el CCC. 

Irma Verolín estudió letras en la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires y en grupos de estudios particulares con diferentes escritores e investigadores. Ha publicado cuatro libros de cuentos: Hay una nena que gira, La escalera en el patio gris, Una luz que encandila, Una foto de Einstein tocando el violín; dos novelas: El puño del tiempo y El camino de los viajeros y el libro de poesía De madrugada (Ediciones Del Dock, 2015). Es también autora de literatura infanto juvenil: La gata sobre el teclado, La lluvia sobre el mundo, El misterio del loro, El ferretero del tornillo perdido, entre otros. Ha obtenido numerosos premios y menciones en el país y en el exterior. Ha sido traducida al inglés y al alemán. Es autora de ensayos literarios y de trabajos sobre evolución de la conciencia y calidad de vida. Es Maestra de Magnified Healing y de Reiki.



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ROLANDO REVAGLIATTI. Reportaje publicado en distintos medios.

                             

       


 –¿Marcamos un perfil?
–Con respecto a mi vida yo diría que está caracterizada por cambios abruptos. Y en esos cambios están los viajes, los traslados. Apenas nazco mi padre me lleva a Rosario donde reside la familia paterna con la excusa de bautizarme. A partir de entonces volveré muchas veces a Rosario. Cuando se produce la epidemia de poliomielitis mi madre me deja con mi abuela y ahí aprendo a caminar. Luego mi padre, que era militar, es castigado por Perón. Cosa curiosa, mi padre no era para nada antiperonista, ni siquiera quería ser militar, pero siguió el mandato de mi abuelo y creo que eso lo mató a los 38 años, el sometimiento. Él decía que un militar no tenía que estar al servicio de la política y los políticos, se declaraba en contra de los golpes de estado; lo que ocurrió durante el peronismo fue que se opuso a que los soldados cantaran la marcha peronista en vez del himno nacional. El castigo fue lo mejor que le sucedió, porque en su exilio interno en Tartagal, provincia de Salta, trabajó con los indios chiriguanos, pudo aplicar su sentido del servicio. Mi padre no tenía una visión muy vanguardista de la política, simplemente pertenecía a la vieja escuela sanmartiniana, privilegiaba la decencia, y veía que los oficiales hacían negociados, que vivían por encima de su sueldo y eso no lo podía admitir. De entre los chicos, éramos los más sencillamente vestidos. Tampoco él provenía de una familia patricia; pudo estudiar en el Colegio Militar porque fue becado, mi abuelo no podía costear todos los gastos. Era ridículo que pensara que los militares no hicieran golpes de estado porque en realidad siempre estuvieron al servicio de la clase dominante. Eso mi padre no lo veía, pero sí la corrupción, por lo que decidió irse del ejército. Y se compró una camioneta para traer mercadería desde la provincia de Mendoza. Pero se enfermó y murió. Recuerdo que nos llevaba a mi hermano menor y a mí a las villas a jugar con los chicos los domingos, creo que esto le quedó de su trabajo con los indios. Algo había en él porque quería que tuviéramos una conciencia distinta a la del medio que nos rodeaba. Se opuso a que asistiéramos a una escuela religiosa, no era creyente, así que mi hermano y yo fuimos a la escuela pública. Siendo muy niña estuve en Tartagal con los indios. Lo sé porque hay fotos. Mi padre no tenía conciencia política pero sí sensibilidad social, no podía durar en el ejército y, de haber vivido, hubiera formado parte del grupo opositor al llamado Proceso de Reorganización Nacional. Murió cuando yo tenía ocho años, en 1962. Tres años antes había muerto mi madre. Me crié con tres hermanos más, dos de ellos adolescentes, hijos del primer matrimonio de mi madre viuda. Cuando mi madre enferma de cáncer, nos reparten a todos los hermanos. Yo voy con mis abuelos paternos y con mi tío, hermano de mi padre, entonces soltero, que luego fue actor [Leopoldo Verona, 1931-1914], un actor conocido del elenco estable del Teatro Municipal General San Martín, y que durante el Proceso fue secretario en la Asociación Argentina de Actores, estuvo en la lista negra, sufrió persecuciones, militó de joven en el partidocomunista y después adhirió a la propuesta de Raúl Alfonsín. Allí con mis abuelos empiezo el preescolar y vivo de espaldas a lo que sucede. Cuando vuelvo a la casa, mi madre ya no está, mis hermanos mayores tampoco. Se recompone la familia con mi padre, mi hermanito menor, y vienen mis abuelos y mi tío a vivir en la casa. No vuelvo a tener verdadero contacto con mis hermanos mayores hasta pasados mis veinte años. Nos habían informado que estaban muertos. A escondidas vi a mi hermana a los trece años. Y a los quince. Lo que marcó un hecho importante es el contacto con mi tío actor, quien se pone de novio con la actriz Dora Prince [1930-2015] y ellos me llevan al teatro, son amigos de María Elena Walsh, la tana Rinaldi, Alfredo Alcón, y entonces en ese barrio, que no era un barrio elegante sino un barrio de tango, yo descubro la literatura pero a través de sus voces. Vienen a ensayar algunos actores que luego conformarían el grupo Stivel, entre ellos recuerdo a Alicia Berdaxagar con el negro Carlos Carela. Un mundo se abre para mí, mi tía me pide que le tome la letra que está estudiando para una obra que va a estrenar. Así, sin querer, comienzo a leer a los ocho años a Ibsen, Chejov, García Lorca. Vivo en un barrio modesto con sentido de pertenencia, con vecinos que son como parientes, pero viajo al centro de la mano de mis tíos al teatro San Martín, al Cervantes, a los más importantes teatros donde ellos trabajaban. Fallecieron hace muy poco: fue muy duro para mí.
Lo otro que marca mi vida es salir del colegio de monjas donde hice el secundario por iniciativa de mi abuela para ir a Filosofía y Letras a principios de los setenta, ese viaje como en la película argentina “Mirta, de Liniers a Estambul” [dirigida por Jorge Coscia y Guillermo Saura], en el colectivo 109. Transité los setenta a pleno, política y culturalmente. Después, ya sabemos. Vivo sola y ya me perfilo como una mujer sola, pero a los 29 años conozco en Jujuy, durante unas vacaciones, a un “médico de frontera” que vive en la provincia de Misiones, en el límite con el Brasil y me voy con él. Ése ha sido para mí el gran viaje. Escribí después en los noventa la novela “El camino de los viajeros”, que relata una parte de esa experiencia y que me hizo ganar quince mil dólares con un premio que me ayudó a mudarme de casa. Ahí me conecto con los indios guaraníes. No me voy a olvidar nunca lo que sentí la primera vez que fuimos desde el pueblito perdido en el que vivíamos a la aldea guaraní (un proyecto subvencionado por los alemanes). Oscar, mi pareja, era el médico que debió aprender a hacer medicina alopática escuchando su tradición en sanación. Podía prescribir un antibiótico según el caso pero respetaba su práctica de medicinaancestral. Ahora debo decir queen secreto le daba las pastillas anticonceptivas a la esposa del Paí. Participé a la mañana y al atardecer en el saludo al sol. Pocas veces la energía fue tan intensa en su manera de transmutarse. Bueno, lo fue con Sai Baba y en ciertas ceremonias en las que participé. Pero aquí se le sumaba la energía medioambiental de la naturaleza en aquel espacio no contaminado por la civilización. Como se dieron cuenta de que yo los quería mucho me bautizaron con un nombre en su lengua: Pará Reté Mirí. Oscar obtiene una beca para estudiar sanitarismo y viajamos a la ciudad de Córdoba. Allí residimos un año. Ese año fue decisivo, dejé la poesía y me convertí en narradora, participé en el grupo Homero Manzi, que intentaba entroncar la llamada alta cultura con la cultura popular. Hice un taller de narrativa todo el año en la Sociedad Argentina de Escritores. Me separo de Oscar y vuelvo a Buenos Aires. Mi contacto con Misiones continúa. Viajo también a Corrientes y a Santa Fe, provincias que me mantuvieron ligada con el litoral. Cuando publico mi primer libro viajo a presentarlo a Santa Fe. Como en Buenos Aires, es Libertad Demitrópulos la que se ocupa de eso, así que viajamos ella, Joaquín Giannuzzi y yo. Atesoro ese recuerdo. Después viene mi quiebre a los treinta y cinco años, debo recuperarme y así llega casi milagrosamente el viaje a la India. Me hice vegetariana primero y fue tan natural, desde chica había rechazado comer carne. Desde 1990 que no como carne y eso ayuda mucho en la meditación. Todo es antes y después de ese viaje a la India.
–Otro mundo.
–Y sí, yo tengo otro mundo que he ido enlazando con lo literario hasta cierto punto, pero que de algún modo siguió un camino paralelo sin ensartarse completamente. Debido a que desarrollo una práctica privada, personal, fuera de mis artículos sobre calidad de vida, no hay material visible. Justamente hace un momento, hablando con el poeta Luis Bacigalupo, decíamos de lo intransferible de estas experiencias interiores. Qué otra cosa más que fotos, mis diplomas de maestra en Reiki o Magnified Healing o de todos los otros cursos que hice puedo dar como testimonio palpable. Trasmitirlo, ahora, me sirve como espejo a mí, escribir siempre crea espejos que nos resultan útiles.
Me acuerdo que en un reportaje que me hizo la poeta Susana Villalba para el diario “La Prensa”, yo le hablé de esta búsqueda y ella me dijo: “En tu literatura no se ve lo espiritual.” Y es cierto, en la narrativa yo no lo expreso ni siquiera como un ángulo de mirada. Sospecho que debe estar subyacente. En los años que escribí para chicos y publiqué bastante y en editoriales importantes e incluso gané dinero, pensé que la literatura infantil me iba a permitir transmitir el sistema de valores humanos del hinduismo. Algo hice, en la actualidad publico poco y nada para chicos. Gané un concurso de ensayo en ALIJA (Asociación de Literatura Infantil y Juvenil de la Argentina) sobre literatura infantil, basado en este esquema. No sé si ahora con la poesía lograré que estos mundos se enlacen más. En realidad, estos dos mundos son por un lado la literatura, la palabra escrita en sus distintas variantes, por supuesto, y por otro la búsqueda de comprensión sobre la vida que se podría llamar “espiritual”, pero ese es ya un término antiguo, mejor es llamarlo “autoconocimiento”, incluye los últimos hallazgos científicos, roza la filosofía pero abarca otras zonas, como las de la autosanación. Y esto de situarlo en la frontera de lo espiritual, o sea arrinconarlo fuera del espacio del mundo, es también una antigüedad, porque los avances en física nos demuestran que aquello que las religiones tradicionales codificaron con el objeto de darle elementos a la gente para vivir más allá de lo rudimentario, tiene hoy su explicación en la ciencia, por lo que la humanidad va hacia la unificación de las religiones, en tanto sistemas operativos de las distintas culturas, para comprender eso no tan visible pero existente. Ahora, que ciertas religiones hayan utilizado su saber para dominar a la gente y obtener poder mundano es otra cuestión que no invalida la verdad de lo que sostenían. Este camino que yo emprendí no es precisamente un camino religioso, aunque “religión” significa “religar”, unir lo que está separado. En Occidente, la manera de entender el mundo siempre se ha basado en la división, la separación, la lucha. Yo encontré una mirada nueva desde la visión hinduista que no es una religión sino una cosmovisión, de allí que Gandhi pudiera aplicar todo ese conocimiento para vencer al imperio más grande de su tiempo: el inglés; por eso asocio a Gandhi con el Che Guevara, la fuerza de la propia convicción por encima del poder económico demuestra que hay algo más fuerte que lo material. Estando en La Habana, en el Museo de la Revolución, en el año 2000, me sorprendí escuchando un discurso que en primera instancia me pareció que lo estaba dando Gandhi; pensé: “Tradujeron a Gandhi”. Luego miré: salía de un televisor. Era el Che. Su concepto del hombre nuevo no está nada distante del pensamiento de Gandhi. Fui hilando y trabajando este pensamiento integrador entre Oriente y Occidente y aplicándolo a mi necesidad de comprender lo que me ocurría como persona. El siglo XXI, como ya lo estamos percibiendo, es el de integración de lo diverso, de lo diferente, las nuevas leyes en nuestro país dan cuenta de eso. Ya no se trata de escoger esto en vez de aquello, sino de combinar cosas que parecían insolubles, ¿no? Cuando en los ochenta Nacha Guevara regresó del exilio planteando algo parecido, fui una de las primeras que equivocadamentela acusó de burguesa. Claro, yo basaba mi esquema en la visión marxista y en el psicoanálisis, pertenezco a la llamada generación psicobolche. Pero luego la vida me planteó una gran escisión, y de estar abocada a la literatura empecé a interesarme en todo esto. Llegué incluso a pensar en abandonar la literatura, cosa que finalmente hice entre los años 2001 y 2009; fueron años de lectura, profundización, y de servicio. Me llevó un tiempo comprender que trabajar el camino interior no está reñido con una visión política. Se ve claro, por ejemplo, en la cuestión del eco sistema y la actitud de Estados Unidos, que siempre es perversa. Pequeños grupos de personas que estaban en un camino de búsqueda interior en Estados Unidos comenzaron a no trabajar tanto, con lo que dejó de responder al modelo requerido de ser un consumidor, romperse el alma como un burro y enfermarse para comprar cosas con el objeto de que el sistema se perpetúe. La suma de conductas como estas redunda en un cuestionamiento social. Lo individual es social,afecta la totalidad. No es fácil compartir esta experiencia. Comencé con la meditación que es una práctica muy común en la India y que consiste en superar la dualidad de la mente; cuando se la efectúa con constancia se aprende a detectar interiormente aquello que está oculto. El trabajo sobre la mente es el gran aporte de la India al mundo, lo vienen estudiando desde hace milenios. Una mente escindida es una mente manejable desde afuera. Me contaron amigos que fueron presos políticos, que era común en la cárcel que viniera un guardia y les diera una orden, y luego pasaba otro o el mismo y les daba la orden contraria. Es la táctica del policía bueno y el policía malo: eso debilita a la persona porque la aleja de su sentido de unidad, asíse convierte en manipulable. Lo que Gandhi hacía con los ayunos y las meditaciones era conectarse con la voluntad colectiva desde adentro. Los guaraníes que conocí en Misiones tienen sus rituales y lo hacen a través del sonido. Por eso no atentan contra la naturaleza, porque su sentido de unidad viene de una práctica profunda y cotidiana. En una época aprendí calendario maya y ese aprendizaje fue revelador para mí. Los mayas consideraban que el tiempo es arte y no dinero, como dicen los yanquis, su concepto del tiempo estaba ligado al de la autotranformación como personas. Conectarse con el ser interno es una tarea como cualquier otra. Requiere trabajo diario, ejercitación, voluntad, soportar perderse en el error y volver a intentarlo.
Como ya dije, esta búsqueda mía comenzó cuando yo tenía treinta y cinco años, tuve un quiebre muy profundo a nivel de salud y debí encarar un nuevo programa de vida. Lo que más me costaba era la idea de Dios. Pero claro, no era el Dios patriarcal y represor sino un poder superior; convivir con esa idea del poder superior fue un trabajo arduo, un poder superior, por ejemplo, es la climatología, la influencia de los astros o el tránsito de la ciudad. Es curioso, porque mi madre murió cuando tenía treinta y cinco años, y desde una visión freudiana se puede opinar mucho al respecto. Siempre estamos haciendo espejo con las figuras paterna y materna. De algún modo yo morí —o una parte mía— y cambié, como se dice comúnmente ahora, el paradigma o sistema de valores. Pero esto no implica dejar de pensar políticamente el mundo, se puede ser antimperialista y hacer prácticas de meditación u otras de armonización interna. Esa división entre lo espiritual y lo material ya es arcaica, porque lo cuántico nos demuestra que la onda (sonido, por ejemplo) se convierte en partícula (materia) y viceversa, de manera que lo menos tangible o espiritual es una continuidad de este mundo cotidiano. Para la visión hindú, Dios es materia y energía a la vez. La idea de la divinidad no está separada de la creación, en este sentido la naturaleza es divina, y en eso tiene puntos en común con la visión de los pueblos originarios de América. El escritor Adolfo Colombres antes de que yo comenzara esta búsqueda solía bromear con que yo era medio guaranítica. Y con respecto a este “antes”, podría decir que desde chica había vivido experiencias que no tenían explicación y que fueron sepultadas por la visión de la ideología. Lo cierto es que luego de una serie de sueños anticipatorios voy a la India y allí estoy tres meses en un ashram. La experiencia fue absolutamente transformadora. Dejé el psicoanálisis y comencé a ahondar en esta línea a través de lecturas y prácticas. En el ashram en el que estuve se abordan los procesos interiores tomando al mundo circundante como una expresión de la propia conciencia, como una materialización o plasmación de nuestro mundo. En realidad los humanos seguimos la ley de los planetas y estrellas del cosmos, tenemos nuestra propia fuerza de gravedad y atraemos o repelemos según nuestro estado vibracional. La vibración afecta a los átomosy altera la forma en que los electrones giran alrededor del núcleo. Todo está hecho de átomos y cambia constantemente. Es el estado de nuestra mente la que modificala amplitud de onda de las vibraciones. Así que trabajar la mente es decisivo. Volviendo al ashram de la India, se puede afirmar que el trabajo en el ashram no era muy diferente a una sesión con el psicólogo. Se comprende que es así su forma de funcionamiento. En vez de la palabra del psicólogo como interpretación que permite contrastar, se toma la respuesta del afuera a modo de interpretación. Lo sorprendente era ver lo que le ocurría a los otros también.
Cuando volví de la India viajé con asiduidad a San Marcos Sierra, en nuestra provincia de Córdoba, donde hay un centro energético de la tierra muy importante. Y en cada viaje advertí transformaciones interiores. Luego comienzo a practicar Reiki, que es una técnica de armonización energética de origen japonés. Fui haciendo los distintos niveles; lo significativo es que entre nivel y nivel estuve siete años trabajando. Actualmente soy maestra de Reiki y he iniciado a varias personas. Pero no me dedico a eso. Mediante esta técnica de sanación, que parte de una visión chamánica en Japón que también se entronca con la cosmovisión de nuestros pueblos originarios, es posible desatar nudos, abrir caminos, dispersar sombras. Durante veinte años hice sanaciones a través del Reiki que me modificaron muchísimo. Pero ahora suspendí, tengo la sensación de que esa etapa se ha cumplido. Trabajando con la energía de otras personas, incluidos mis abuelos que murieron tan ancianos, se aprende a comprender al otro sin palabras, se siente lo que la otra persona es; esta experiencia es, por supuesto, intransferible. Sucede muyfrecuentemente que luego de una sesión de Reiki se descubra que tanto el receptor de Reiki como el canal, en este caso yo, tenganlas mismas imágenes. Así se puedeexperimentar que no existe separación entre una persona y otra, como no hay separación entre nosotros y la naturaleza. En las sesiones de Reiki se siente profundamente la compasión que es una clave para cambiar el mundo.
A lo largo de estos años, desde 1989, fui pasando por distintas etapas. Lo último que comencé a practicar fue el canto védico en idioma sánscrito. Se entonan grupalmente plegarias que tienen miles de años de ser transmitidas oralmente, la vibración del sonido, como ya dije, modifica la onda vibratoria que describen los electrones que giran dentro de cada átomo y que componen las células. Es impresionante lo que puede aprenderse trabajando con el sonido. También está el conocimiento teórico. En realidad este camino se divide en cinco partes o cinco opciones posibles, es el llamado Sanatana Dharma: una es el Hatha Yoga, que es la más conocida en Occidente, el Karma Yoga, el Raja Yoga y Jñana Yoga, además del Bhakti Yoga. El más difundido en Occidente es el Hatha Yoga, que emplea el cuerpo como vehículo para el conocimiento. El Karma Yoga es el de la Madre Teresa, una militancia, una acción concreta en el mundo para transformar el mundo transformándose internamente como procesos simultáneos, y tampoco es inocuo aunque lo haya practicado una monja flaquita que apenas podía sostener una vela. El Jñana Yogaes un camino a través de lectura de los textos sagrados, el Raja Yoga está ligado a la meditación y el Bhakti a la adoración de esa perspectiva superior y trabaja con imágenes representativas y con sonidos. Es sencillo corroborar la correspondencia entre el hinduismo y los pueblos originarios de América en la maneraen que utilizan las imágenes de animales como representaciones de fuerzas o energías. Sería largo y complicado explicar de qué forma las palabras son puertas de conexión con otros planos, con otras dimensiones según esta cosmovisión.
El Reiki ha sido un servicio porque nunca cobré un peso en veinte años. Ni siquiera cuando iniciaba, que se cobra mucho,y no lo hice por una cuestión personal. Una sesión de Reiki me lleva dos horas como mínimo, incluyo piedras o gemas, se transmuta mucho la energía. Hay que hacer una limpieza energética de la habitación también. Esto sólo se puede comprender a través de la vivencia. Esa es la cuestión de este camino de aprendizaje, que racionalizarlo no sirve de nada. Actualmente estoy trabajando con una línea terapéutica creada por Bert Hellinger llamado “Constelaciones Familiares”, que se vincula por un lado con la memoria celular y por otro con los aportes del biólogo Rupert Sheldrake. Para continuar hablando de estos temas reconozco que hay tantas aristas y ramificaciones en esto que no sé qué escoger. Quizá habría que hablar del ego y de los valores humanos. Los valores humanos se apoyan en cinco elementos, del cual derivan un montón de valores subsidiarios de estos. Son Verdad. Rectitud. Paz, Amor y No Violencia. En sánscrito,Sathya, Dharma, Shanti, Prema y Ahimsa. Este último fue de lo que partió Gandhi para crear el sistema que le permitió alcanzar la independencia de la India: el Sathyagraja. Parece anecdótico, pero cuando se profundiza es tan clarificador. De la verdad se desprende el valor de la coherencia y de ahí lo fundamental: no mentir, no transgredir la ley social, tener unidad como persona. El tema del ego es muy vasto. En realidad en Occidente se asocia la persona con la personalidad y se ha hecho un culto de eso desde el Renacimiento. Para mí cambió el concepto de persona, la persona importa por sus valores, por su capacidad de autosuperación y de ayudar al otro a mejorar el mundo. La conciencia del mundo resulta de la suma de conciencias individuales. La idea es trabajar desde adentro hacia fuera. Reconocerse como persona para reconocer al otro. Y el servicio es fundamental. Actualmente prevalece la identificación de la persona con su rol social, con aquello que hace para ganarse el sustento, pero eso no es la persona, en la era moderna la estirpe o prosapia fue reemplazada por el dinero, ahora existen también formas equivalentes a la prosapia y el dinero como el prestigio, pero también es una falsa identidad. Competir es una tontería; Gandhi decía: “Competencia es violencia”, y todo el sistema gandhiano se basaba en la no violencia, que ha sido mal traducido en Occidente como “resistencia pasiva”. No hay nada pasivo en este modo de operar, lo que pasa es que para Occidente la acción está asociada con el cuerpo. Cuando volví de la India dije que tuve que irme a la India porque en América masacraron a los pueblos originarios, este saber estaba aquí cuando llegaron los españoles. Y todavía sigue estando. Afortunadamente en Latinoamérica estamos siendo testigos de una revalorización de los chamanes que se integran a esta búsqueda. Cuando algo tiene verdad se expresa en otro paradigma o en otra cultura de la misma forma.
–¿Así que solés “hacer apuntes cuando leo un libro de ficción, generalmente con lápiz en la primera página en blanco”?, descubro recorriendo tu blog literario. ¿Solés hacer apuntes cuando leés libros de otros géneros? ¿Qué te llevó a elegir “Espiral de Saraswati” para nombrar ese blog?
–Tengo algo parecido a la fiebre de grabar, dejar testimonio, en realidad lo escribo todo, me escribo constantemente. La falta de memoria o mi natural dispersión me inducen también a eso. Pero fundamentalmente busco darle forma a lo que se me escapa. Antes llenaba fichas, de esas de cartón con letra manuscrita (tengo una sobre el “Curso General de Lingüística” de Ferdinand de Saussure guardada) y todavía lo hago, aunque prefiero abrir words en la PC. Para preparar una reseña o ensayo, esas anotaciones en lápizrealizadas con apuro en las páginas de los libros que leo, cercanas a la experiencia de lectura, son la base de lo que resultará después. Leo siempre desde el lugar del escritor, del creador, traduciendo el impacto primario de la lectura en mí, a partir de esa impronta surge la mirada y de la mirada la reflexión. El camino es siempre desde lo sensitivo. En cuanto al nombre de mi blog debo decir que necesitaba algo que me representara en lo profundo. Saraswati es la consorte del Dios Brahma, el creador en la trilogía hindú y simboliza la fuerza, el empuje de lo que comienza, Vishnú es el conservador y Shiva el destructor, sus respectivas consortes expresan energías equivalentes (para marcar una coincidencia en la trilogía maya aparecen representaciones que indican inicio, punto medio de mantenimiento y desenlace para todos los procesos vitales). Ninguna cosa que hacemos o hace la naturaleza escapa al movimiento de estas energías representadas, según las culturas, por imágenes diferentes. Saraswati es la protectora de las artes. Es posible que mucha gente crea que esta denominación responda a la línea propia de la postmodernidad que escoge nombres que parecen no significar, como esos graffiti sin sentido en las paredes de la ciudad, que intentan ocupar el lugar de las consignas políticas. Puede ser considerado de las dos maneras, pero para mí Saraswati tiene un profundo significado, como se puede inferir de todo lo que dije antes. Tuve que agregarle “espiral” porque ya existía el nombre, y elegí la palabra “espiral” porque es la tendencia del movimiento propio de la energía, desde un cuerpo vivo hasta las galaxias, el movimiento es siempre espiralado.
–Impulsada y coordinada por Mabel Pagano y con prólogo de María Rosa Lojo, integrás con otras veinticinco autoras argentinas, la antología de cuentos “Mujeres con pelotas” (Ediciones del Dragón, 2010). ¿Cómo ha sido y es tu vínculo con el fútbol (y por extensión, con otros deportes)? ¿Cuáles has practicado?
–Has hecho una pregunta que me da vergüenza responder. No soy buena haciendo deportes ni tampoco bailando. Salvo la chacarera, nada me sale bien. Durante algunos años me esforcé con el Hatha Yoga, pero no fue el camino que elegí. Ando en bicicleta y camino mucho, pero los deportes no son mi fuerte y me aburre soberanamente verlos por televisión. Mi pobre abuelo insistió en que me hiciera socia de un club en mi adolescencia. Y al final lo único que hice en el dichoso club fue un curso de danzas folklóricas argentinas. El fútbol para mí es un lenguaje extranjero. No me gusta nada que se vincule a él, no es algo que pueda comprender, salvo la necesidad humana de agruparse para compartir una pasión, el encauzamiento de la energía grupal sí lo entiendo. Por ese motivo, cuando Mabel Pagano me convocó para participar en la antología, recurrí como los actores a la memoria emotiva. Mi abuelo paterno, que fue mi papá por adopción, jugó al fútbol en los años veinte, en Rosario; nos contaba anécdotas muy divertidas y me basé en el discurso de mi abuela para construir el cuento, que terminó siendo un relato bastante jocoso.
–Concurriste al menos a cuatro talleres de poesía bastante antes de volcarte a la narrativa. ¿Cómo y con quiénes fue ese transcurrir?
–Sí, tuve la fortuna de conocer a Marcos Silber a fines de los setenta a través de un grupo de teatro. Me acuerdo muy bien la noche en que fuimos a una cena en la casa de una señora que era amiga de su mujer, la mamá de Ramiro Silber, psicóloga. En esa cena estaban también el pintor Michi Aparicio y su mujer, Irene Saderman, la hija del famoso fotógrafoAnatole Saderman,quienes además eran amigos de mis tíos, pero yo no los había conocido personalmente hasta aquel día. Más tarde trabé amistad con ellos y participé de su escuela en San Isidro: “El Taller de la Ribera”, coordinando talleres literarios. En ese grupo estaba también el cineasta Gerardo Vallejo —vecino de Irene y Michi—: su esposa coordinaba el taller de teatro. Le di mis poemas a Marcos y él fue muy generoso. Luego participé en su taller en “La Casona”. Poco después integré los grupos coordinados por Daniel Calmels y Héctor Freire. Fue una experiencia valiosísima porque estábamos en el momento más duro de la dictadura, y poder reunirnos y trabajar significó un refugio muy importante. Luego continué en el Teatro IFT: allí estaban también Marcelo Di Marco, con quien hice un curso, y Gustavo Geirola,que dio dos años taller. Por aquella época hice muchos cursos: con Santiago Kovadloff, Nicolás Rosa, Jorge Panesi, por citar algunos. Antes y después de irme a vivir a Misiones, fui tallerista de los grupos de Liliana Lukin, a quien considero mi maestra referencial por varias razones, entre ellas porque trabajé con ella muchos años; si bien yo me definí por la narrativa, en su taller,donde el concepto ampliode escritura lograba que se abordaranvarios géneros sin entrar en conflicto, pudetrabajar la poesía paralelamente. Recuerdo que desde Misiones Lukin y yo nos carteábamos y ella solía decirme: “Ahí tenés una novela.” Y luego aquellas cartas se convirtieron en novela, como ella propuso.
–Durante 2014 coordinaste con Inés Legarreta un Ciclo de Encuentros de Narrativa en una institución: APA Artistas Premiados Argentinos “Alfonsina Storni”. ¿Cómo se generó la propuesta? ¿Qué autores participaron?
–Con Inés veníamos diciendo que íbamos a hacer algo juntas. La idea era reunir textos nuestros y leerlos en público. Pero terminamos concretando los encuentros de narrativa. El ciclo no concluyó en realidad. Este año retomamos, pero a partir de la segunda parte del año, porque quedamos un tanto extenuadas las dos. Nos exigimos demasiado. Debido a la falta de experiencia realizamos a principios de año un cronograma y comprometimos a los autores. Claro, somos serias, entonces nos leíamos durante ese mes la obra completa de los dos invitados. Cuando nos dimos cuenta, la situación nos superó y, como no queríamos hacer diferencias, seguimos con el mismo nivel de exigencia y el mismo rigor para que los próximos escritores y escritoras no se sintieran menos considerados que los otros. El material está grabado y tenemos la intención de hacer un libro con él. Comenzamos con María Granata, un verdadero lujo. Luego continuamos con Liliana Díaz Mindurry y Carlos Antognazzi, Jorge Paolantonio y Luisa Peluffo. Invitamos a Hernán Ronsino junto con Esther Cross, pero ese mes Esther no pudo venir por razones de fuerza mayor (vamos a entrevistarla en el futuro). El mes siguiente les correspondió la entrevista a Marta Ortiz y Beatriz Isoldi. Intentamos que no todos los convocados residieran en Buenos Aires, así es que en varias ocasiones los escritores se costearon el viaje desde sus provincias, no todas cercanas, por cierto. El último fue Ricardo Mariño, que debía hacer dupla con Germán Cáceres, que lamentablemente no pudo venir, por eso Mariño fue entrevistado solo. Y cerramos con una lectura muy jugosa en la que estuvieron Enrique Solinas, Laura Nicastro, Marily Canoso, Dolly Basch, Silvia Miguens, Liliana Allami, Susana Aguad y Ana María Torres. Lo que motivó la creación de este ciclo fue aportar nuestro servicio a Artistas Premiados Argentinos, que es una institución estupenda que nuclea a escritores, pintores, músicos y actores que han obtenido el Primer Premio Municipal y que defiende nuestros derechos, en especial luchapara que estos premios continúen convocándose y de esta forma haya más beneficiados. La Comisión Directiva es sumamente transparente y merece todo nuestro apoyo. Ahora que Inés Legarreta y yo estamos escribiendo poesía, creo que vamos a rebautizar al ciclo “Literatura en APA”, para incluir la poesía.
   
–Tenés abierto un canal en YouTube. ¿Cuál es, cuál seguirá siendo la orientación del canal, “la programación”?

–El canal surgió simplemente por agrupación de material. No existe planificación desde mí, van surgiendo eventos a los que voy, en parte, por solidaridad, otro poco por interés en difundir, subo algo. También he subido poemas míos o entrevistas que me han hecho. Supongo que seguiré sumando más material siguiendo el mismo carácter aleatorio.Eso sí, me he comprado una nueva máquina y espero filmar, mi idea es registrar en video los encuentros de APA. Veremos cómo resulta. Esto es nuevo para mí, soy un poco atrevida, no tengo demasiados conocimientos, voy avanzando a medida que voy aprendiendo.
–Complementando un reportaje que te hicieran para el diario “El Litoral”, quedó allí esta reflexión tuya: “¿Qué narrador hay en mis relatos?: Una mirada infantil con cierta agudeza adulta.” ¿A toda tu narrativa? ¿Qué, de tu obra, quedaría excluida de esa aseveración?
–Es muy interesante tu pregunta. Yo separaría mis cuentos de las novelas que escribí. ¿Por qué? Pues porque yo, al ir escribiendo las novelas, he tenido una actitud deliberada, quise desarrollar distintas líneas desde la perspectiva del narrador específicamente, hubo un planteo y una intención previos. En los cuentos fue surgiendo de otra manera el texto, tal vez en función no digo de la historia o el asunto sino de la atmósfera o las distintas maneras de abordar el género que me plantea un desafío en tanto debe responder a ciertos requerimientos pero necesita que se los transgreda. Si bien no podemos eludir a Poe, tampoco es legítimo hoy por hoy seguir un esquema tan rígido. Para mí esa búsqueda típica de transformación estética que buscamos los escritores de libro en libro no se vincula con ir cambiando el tema, yo diría todo lo contrario, no es la temática lo que marca una evolución sino el empleo de los procedimientos, en este caso narrativos. Implícitamente la ley del mercado editorial parece decirnos que repitamos el esquema narrativo que es el de la novela decimonónica o realista y que en esa misma caja cambiemos los temas. Yo he hecho exactamente lo contrario: profundicé en ciertos temas recurrentes e intenté cambiar la manera de abordarlos.
En la novela primera que se publicó bajo el título “El puño del tiempo”, yo me propuse trabajar un narrador que combinaba lo grotesco, lo absurdo con el lirismo. Fue como un gran contrapunto y no sé si fue comprendida por mucha gente esa propuesta. En esta novela el discurso es metonímico, hay detallismo y mucho humor, humor negro, ácido, como quiera llamárselo, pero humor al fin. En la segunda novela, que se publicó con el título de “El camino de los viajeros”,escogí un narrador que ya se hacía cargo de la historia, que no buceada, que no merodeaba, es un narrador abarcador, la novela tiene algo de operístico y el humor está prácticamente ausente. Tiene el sello de la tragedia griega. Y el discurso es metafórico. Se nota en la voz de ese narrador el intento por sintetizar, en “El puño del tiempo” el narrador desgrana de principio a fin. Mi tercera novela, que ganó el Primer Premio Municipal “Eduardo Mallea”, “La mujerinvisible”, surgió en realidad de un requerimiento: me dieron la beca del Fondo Nacional de las Artes a la producción artística y la tuve que escribir dentro de un plazo. En esa novela busqué vincularme más a la tradición y, si bien me interesé en la construcción de una atmósfera, lo que me importó más fue elaborar la trama, la intriga, el ritmo de la historia. Es más bien convencional. Ha salido finalista ya en dos concursos: “Honorarte”, que nunca se expidió y “Clarín”, el año pasado. Pero aún espera un editor. La novela siguiente que escribí es muy rara aún para mí, primero porque el personaje central, el que cuenta la historia es un hombre y mayor que yo; intenté desarrollar una historia en más de doscientas páginas, reduciendo el concepto de lenguaje, simplificándolo, lo que para mí es arduo porque soy más bien frondosa a la hora de narrar, tiendo a expandir. Ahora me doy cuenta de que esa novela me expulsó de la narrativa, que un germen de huida de la narración ya estaba en mí porque escogí lo extenso pero introduje una limitación muy grande. Y en ese tironeo me moví. El eje de tensión en este caso está dado entre esos dos polos: lenguaje acotado en una prolongada extensión. No sé si la novela es eficaz, sigo en la nebulosa. No por nada después de esa novela comencé a escribir poesía. Lo que sí creo que hay en todos mis relatos, e incluso en ciertos giros del sujeto de la enunciación de mis poemas, es una voz empapada de dosis de jocosidad, que juega con una relativa mirada irónica que se combina con lo trágico del sentido de la vida. Para mí esa tensión entre lo dual del enfoqueestá presente de manera constante. Y también descubro que hay un rasgo infantil en la manera de mirar, quizá de asombro. Ricardo Piglia me dijo que mi primer libro está caracterizado por la perplejidad del narrador. Álvaro Abós, después de leer “El puño del tiempo” me habló del estupor del narrador, el rasgo infantil está allí, creo suponer. Y ahora me viene a la memoria que Marta Braier me comentó que en mis textos encontraba la ingenuidad patética de Felisberto Hernández. Siento que mi poesía arrastra esa mirada, el mismo doblez entre lo ingenuo y lo agudo o ingenioso.
–Por el diario “El Territorio” de la provincia de Misiones, me entero que alguna vez se produjo un Encuentro de Escultores y Escritores, y que vos participaste. ¿Cómo se desarrolló y qué produjo ese encuentro?
–Fue un encuentro muy divertido. Se realizó en una localidad cercana a Iguazú y participaron escritores de Paraguay, Brasil y Argentina. Escribí un conjunto de cuentos que compone un libro inédito, que terminé hace poco,donde incluyo un relato que a mí me parece bastante desopilante basado en esa experiencia. Me encantó volver a Misiones. Fui en avión pero volví en micro, lo que constituyó una ventaja: ese viaje de regreso me permitió escribir las primeras páginas de mi segunda novela, al conectarme nuevamente con el paisaje misionero encontré la forma de plantear esa novela que venía rondándome sin que hubiese podido expresarla. El paisaje fue el disparador primordial. Yo sabía quepara contar la historia era preciso resolver primero el punto de vista del narrador con respecto al paisaje del monte, que es tan particular y que no podía ser tratado de un modo convencional.
Puedo decir que ese encuentro de escultores y escritores fue enriquecedor. Suele suceder que cuando dos artes se cruzan como en este caso la escultura y la literatura, la estimulación se torna poderosa. Lo que más tengo presente es lo divertido que resultó todo aquello. Me reencontré con escritoras y escritores conocidos, como Olga Zamboni, que no dejó de contar chistes sobre polacos que nos hicieron reír muchísimo. Por otra parte, la propuesta oficial surgida desde el sector cultural de la provincia pretendía ser protocolar, de hecho lo fue; sin embargo nos devoraban los mosquitos porque escribíamos “in situ”, los escultores hacían mucho ruido y eso no nos ayudaba a concentrarnos, vinieron los alumnos de la escuela y hasta el intendente, fue muy alocado. El encuentro terminó con un acto fervoroso donde se plantaron árboles con el fin de sustituir los que fueron hachados para convertirse en esculturas. Creo que mezclar tan íntimamente naturaleza y cultura fue un gran desafío. No había hotel en esa zona, parábamos en la casa de gente del lugar. Fue intenso e inusual.
–Alicia Genovese concluye su comentario crítico a “El puño del tiempo” (Cultura y Nación, “Clarín”, 17.1.94) con estas dos frases: “El de Verolín es un humor filoso, cruel incluso, pero que no llega al cinismo, como si no necesitase demoler la realidad sino simplemente entrar en ella, en todo caso descalabrándola desde un costado ridículo. Una forma de usar el humor que recuerda a otras narradoras argentinas, como Angélica Gorodischer, Hebe Uhart o Alicia Steimberg.” Y en el reportaje que te hiciera Susana Villalba para el diario “La Prensa”, en 1994, declaraste que solías releer a Libertad Demitropoulos, Marguerite Yourcenar, Clarice Lispector. ¿Qué otras narradoras (y narradores) te atraen?
–Me gusta la prosa de escritores más jóvenes, como Patricia Suárez y Hernán Ronzino. Leo frecuentemente a escritoras con las que comparto momentos de vida; no puedo dejar de citar a Liliana Allami, que es una excelente cuentista, y a Inés Legarreta, que viene escribiendo una prosa muy cercana a la lírica; las nada convencionales novelas de María Teresa Andruetto también son insoslayables, o los relatos de la rosarina Marta Ortiz. Hay escritores, como las dos últimas escritoras nombradas, que tampoco residen en Buenos Aires y son estupendos: el correntino José Gabriel Ceballos, que ha ganado varios premios en España, finalista del premio Herralde, o el santafesino Carlos Antognazzi. Entre mis últimos descubrimientos se encuentran Claire Keegan, Alice Munro y Lorrie Moore, y ya tengo preparados unos cuantos volúmenes de Irène Nemirovsky para comenzar a leer. En estos años descubrí a Jean Rhys, la autora de “El anchomar de los sargazos”, me leí todos los libros que conseguí de ella. Incluso me interesa la prosa más llana de una escritora italiana como Susana Tamaro, valoro su sencillez. Ahora debo confesar que en los años en que me retiré de la literatura no leí absolutamente nada de ficción literaria: leí textos de Stephen Hawking, de Fritjof Capra, sobre hinduismo, Reiki, física cuántica y temas aledaños. Al regresar procuré ponerme al día con muchos autores y autoras y aún lo sigo intentando. En este momento estoy abocada a la lectura de poesía.
–Si es que sólo consta en la edición del 21.8.1994 del diario “La Nación” y no en la Red, ¿nos brindarías un relevamiento de las variantes de título que fue teniendo tu novela “El puño del tiempo” y por qué no lograbas que cabalmente los que fueron surgiendo abarcaran el núcleo, la esencia de la historia? (Transcribo de un reciente mail privado: “Tardo tanto en publicar que los libros van cambiando de títulos.”)
–Esa novela no encontraba título, yo le pedía a la gente que me sugiriera, estaba trabada. La presenté en Emecé bajo el título de “Celeste gris” una primera vez que no ganó; aludía al color de la bandera nacional envejecida. Salió finalista de Planeta un año más tarde con un título horrendo: “La casa del patio con baldosas grises”.

Cuando pensaba en el título, daba vueltas alrededor de la idea de casa, ya que en mis relatos el espacio es fundamental, sea la casa, el barrio, el monte, tengo la impresión de que el espacio no sólo ordena el mundo de los personajes sino que decide el punto de vista del relato. Me acuerdo que se la mandé por encomienda a Patricia Severína Reconquista, en la provincia de Santa Fe, donde ella vivía entonces (un borrador de la novela cuando ésta estaba en proceso de edición, con el título de “La casa grande”). Patricia me dijo que ese título no encajaba. Fue la gente de la editorial Emecé la que le puso el título final con la que llegó al público. Por lo general los títulos o me surgen de entrada o me dan un trabajo inmenso, como en este caso. Es algo misterioso, se trata de bautizar a la criatura, nada menos, de darle una identidad. El nombre en esencial para la persona y para el libro. En una experiencia de interiorización y autoconocimiento que hice hace unos cuantos años llamada Rebirthing, me conecté, a través de una técnica en respiración, con el momento de mi nacimiento, y cuando deciden qué nombre ponerme sentí una alegría difícil de explicar, más que alegría fue felicidad. Sospecho que el título de un libro surge de la relación emocional que entablamos con el texto. Por ejemplo, en poesía no se me está planteando ninguna dificultad, no tengo dudas; aunque me lo cuestionen al título, yo siento que es el apropiado. Casi todos mis títulos en poesía —porque hay editado un libro pero otro viene en camino, y tengo nuevos proyectos e incluso otro poemario más ya terminado— están asociados a la noción de tiempo: “Demadrugada”, “Los días”, “Invierno”.

–¿Hay algo que te haya costado muchísimo “quitarte de la cabeza”? ¿Se podría contar…?
–Yo diría que no es exactamente la experiencia de la muerte que viví en mi infancia sino la disolución de una familia de seis miembros que, en un abrir y cerrar de ojos, quedó reducida a dos personas, mi hermano menor y yo. Eso produjo un quiebre interno en mí que ha afectado mi manera de sentir la vida y de darle contornos definidos a mi presente.
–¿Cuál era el ambiente literario en Misiones en el momento en que te radicaste en esa provincia?
–Esta pregunta me causa gracia porque yo no me relacioné con nadie del ambiente cultural en Misiones, ya que vivía aislada en una casita rodeada de otras pocas casitas de madera, prácticamente en el borde del monte misionero. Lo único que veía eran hacheros, camiones con madera, araucarias, coatíes, tierra colorada, hombres con los dedos cortados que trabajaban en el aserradero y gente muy, muy pobre. Mis grandes aventuras se reducían a ir en la camioneta destartalada de Salud Rural a los puestos sanitarios en lo más profundo de la selva subtropical. En aquel momento, en esa zona, según un estudio que había hecho mi pareja, era de un sesenta por ciento de desnutrición infantil. Fue al instalarnos en Córdoba cuando establecí un verdadero intercambio intelectual. Posteriormente, con mi primer libro publicado, aproximadamente cinco años después de haber abandonado la provincia, a instancias de un movimiento de mujeres escritoras presidido por Libertad Demitrópulos, inicié una relación literaria con los escritores y escritoras misioneros, entre ellos con Olga Zamboni, profesora universitaria, poeta, traductora y narradora. Lo enriquecedor de la experiencia de haber vivido en el monte misionero fue principalmente para mi vida personal. Me parece que el primer gran impacto en mi conciencia fue conocer a aquella gente e involucrarme con ellos. Durante las siestas misioneras, que eran largas, agobiantes y pesadas, se escuchaban las palmadas en la puerta de la casa, y no siempre eran enfermos que venían a buscar al doctor, eran por lo general los chicos de la zona que venían a pedir salame y pan. Y hielo, también querían hielo. Me llamaban “patroncita”, lo que, por supuesto, me producía una gran incomodidad.
–¿Qué leés con aprensión? ¿Qué leés entre líneas? ¿Qué leés infructuosamente o sin convicción?
–Maravillosa tu pregunta. Yo leo mucho la vida, no sólo los libros. Siendo una niña me interesaban los tonos de las conversaciones además de las palabras, la forma en la que la gente contaba sus anécdotas. Tuve la dicha de que mi abuela fuera dueña de una peluquería en el barrio de Caballito cuando yo tenía cinco, seis, siete años. Ese fue el lugar de las grandes historias; las mujeres iban allí a confesarse, no sólo a cortarse y teñirse el pelo. Estoy casi segura de que escuchando aprendí a leer entre líneas y claro está, en mi barrio, Floresta, se contaban historias sabrosas sobre la gente que vivía allí o sobre los que se habían ido del barrio como si el barrio fuera una patria o un reino. Irse del barrio era poco menos que una traición a la propia identidad o un abandono de la familia. Y por supuesto, las voces teatrales de mis tíos recitando a los autores clásicos. Así que a leer entre líneas lo aprendí de la vida, porque se leían también los rostros, no sólo la voz desnuda. Volviendo a lo literario, he leído con aprensión literatura, libros muchas veces escritos por hombres que quieren seguir la moda, las últimas tendencias del mercado editorial, las exigencias que surgen desde las universidades como canon, textos en los que, a pesar de lo cultivado, se nota el esfuerzo por agradar y posicionarse. Lo que leo sin convicción es la narrativa excesivamente llana que está sólo en función de la historia; por más bien articulada que esté me aburre y en esta imposición con respecto al género contribuyó considerablemente el menemismo y la llegada al país de las megaeditoriales que se devoraron a las más pequeñas o medianas que, desde que tengo uso de razón, con la publicación de autores genuinos, han propiciado el sostenimiento de la tradición literaria nacional. Como consecuencia de esto fuimos testigos de la entronización de la novela del siglo XIX como modelo universalizado. El realismo finisecular expresaba una visión del mundo, sabemos que las formas artísticas encuentran correspondencias con los procesos históricos en algún sentido, aunque más no sea tangencialmente, pero hoy vivimos y sentimos diferente. Es posible que esa cuestión de escribir “para que la megaeditorial me publique” haya causado impacto entre nosotros, los escritores. Hoy por hoy buscar una manera de expresar, “de decir” el mundo, impone también una manera de relacionarse con los grandes poderes. La narrativa ha sido muy cascoteada. No sé si es por ese motivo que me siento tan impulsada a seguir profundizando en la poesía. Supongo que sí.
–Ezra Pound sentenció: “La piedra de toque de un arte es su precisión. Y ‘escribir bien’ es tener un control perfecto”. Y así opinó: “En cuanto a la poesía del siglo veinte, así la quiero: austera, directa, libre de babosa emoción.” Te invito, Irma, a derivar desde este Pound hacia donde te lleve.
–Hay algo en esta cita que me lleva a pensar en “dar en el blanco”, trabajar la palabra desde el centro de una misma en tanto persona. Entiendo, desde ya, que esa afirmación de Pound se refiere a su propuesta poética con respecto a su propia tradición literaria y a la necesidad de crear postulados a seguir; aquí se trata de que yo lo vincule a mi quehacer, lo voy a intentar: La palabra escrita es una cosa seria, es un objeto denso que no soporta fácilmente el intercambio, y yo me enfrento a él con respeto y con absoluta reverencia. Pero a veces me distraigo y entonces, como diría mi abuela, “piso el palito” y la palabra me traiciona; por lo general pago muy caro el precio de mi distracción. Para llegar a esa perfección de la que habla Pound es necesario un compromiso muy grande con la labor de escribir textos que adquieran la forma que sea, relatos o poemas, pero que fulguran en la dimensión más lejana a lo pedestre. Mis años de trabajo en este oficio me llevan a pensar que la relación que establecemos con las palabras, como nuestro objeto primordial de trabajo, es la que determina el resultado. Y el peculiar vínculo que establecemos con las palabras tiene que ver con el que forjamos con respecto a la vida en general y con una parte interna de nosotros mismos en tanto personas. Reverenciar, tomar con respeto lo que está vivo, no manipularlo desconsideradamente es la premisa y eso nace de una cosmovisión. A la clásica disyuntiva que enfrenta la vida y el arte, creo haberle encontrado una respuesta. Escribir y vivir son caminos paralelos. Puliéndonos interiormente como personas vamos encontrando los recursos para pulir nuestros textos. En caso de aprender a pulir los textos solamente, se puede alcanzar una obra relativamente perfecta, pero fría, alejada de la intensidad que, al menos, yo busco; aspiro a acercarme lo más posible a que el texto sea una revelación de los sentidos de la existencia. Obviamente se trata de ser fiel al trazado de ese camino; yo lo hago y, como no podía ser de otra manera, de tanto en tanto me equivoco, a veces me salgo de la línea, pero si se tiene claro el itinerario, no hay error que sea demasiado irreparable. En el arte lo mismo que en la vida la clave está en encontrar la sintonización precisa, algo parecido a afinar una guitarra, afinar las propias emociones, lograr que las palabras encarnen esa misma resonancia.

Seis poemas de Irma Verolín seleccionados por su autora para ZL:


DOMINGO

Estuve toda la tarde del domingo
acompañada por mi poeta suicida: un libro
de tapas duras
con una flor intensa en la portada.
Blancos tramos de luz se habían filtrado
por las hendijas estrechas
de las cortinas de madera que
fracturaron los versos
renglón a renglón.
Toda la tarde respiré sus palabras
embriagantes
sus voces que traspasaron como luces
un puñado de décadas. La veo
escribiendo, su espalda encorvada
frente a la máquina portátil.
Las letras suenan como disparos
en un juego de niños,
las letras hacen repercutir su voracidad
sobre la mesa y llegan
hasta mí, hoy
domingo,
día caliente de sol
propicio para cruzar más límites, idiomas
otras franjas
más hondas e invisibles.
La muerte jugó la última carta en este asunto,
un movimiento de naipes
como letras clavadas en la tabla de madera,
otro rango en el parafraseo de los golpeteos:
invariablemente se trata de cruzar
alguna clase de espacio.
Y aquí estamos las dos,
a pesar del calor y de sus fluctuaciones, la luz
en esta parte del mundo
se comporta de un modo esperable,
fluye
se enlaza en su vaivén
arquea las palabras
las corta en más pedazos
las multiplica
aún en este verano de piernas abiertas
y toldos desteñidos en despavoridas azoteas.
La sigo viendo a mi poeta
con su espalda encorvada,
ella
que convirtió a su máquina de escribir
en un diapasón
me mira sin asombro
desde otro domingo
lejos
me mira
enclaustrada
con sus inabarcables ojos.
De “Los días”, en proceso de edición

*

Un atlas de descomunal tamaño con la cubierta de cuero
y pomposas letras doradas en filoso altorrelieve
contorneando el planeta,
dentro del círculo del mundo
debajo del título puede leerse:
1950 – año del Libertador General San Martín.
Papá abre el atlas:
sonidos de manoplas avanzando por una playa mojada
en el ir y venir de las hojas
zarandeados perfiles de mares y territorios,
el dedo de papá
decidido
robusto
indica un derrotero que se burla de las dimensiones del mundo
y avanza.
Mi hermanito rubio y mi hermano mayor
se acercan
miran
se están asomando a un pozo ciego
y lo que hay para ver los cautiva
irremediablemente.
Los tres contemplan la mentira de las proporciones
el mundo entero al alcance de la mano,
a papá sólo le interesa mostrarles la cordillera de los Andes
su dedo
es el general San Martín atravesándola.
Los héroes hacen esa clase de cosas, explica papá
los ojos de mis hermanos se deslumbran
un héroe desplegado sobre la mesa del comedor
en nuestra propia casa
a media mañana
así como así
y nosotros en camiseta y sin escarapela.
De “De madrugada”

*

Un despliegue de cartas españolas
sobre la superficie tambaleante de la colcha
que cubre el cuerpo de mi madre
movedizo
increíblemente movedizo dentro de su enfermedad,
ese vasto sitio donde todo confluye: nuestras conversaciones
el miedo
las manos de los médicos
las de mi madre que dicen ay.
Montones de cartas resguardan ese cuerpo
ahora
y quieren abrigarlo
mamá las ha echado alzando su brazo con brusquedad
—revoltijo en el aire cara y ceca sin pronunciación—
para dar un salto hacia el futuro,
ese otro lugar que no existirá para ella
aunque las cartas vaticinen fabulados prodigios
lunas fosforescentes en la ventana quieta
luces para repartir como caramelitos en un cumpleaños.
Todos aquí
nos asomamos al futuro de mamá
estirando el cuello hacia la colcha
que ya no soporta el colorido de las barajas
ni el temblor rudimentario de su cuerpo.
Está hecho de nácar su cuerpo
deshecho su cuerpo
lábil entre las sábanas
que apenas recuerdan sus perfiles
las líneas
las rugosidades,
ese cuerpo que se adelgaza en una precipitación
que no conoce límites.
Grande es el sitio que la espera apenas su cuerpo logre olvidar
cada una de las cosas que hoy la alimentan y cobijan,
nácar como piedra o interior de caracola
nácar los diminutos botones de su camisón.
De “De madrugada”

SUS OJOS

No había nada detrás de sus ojos
sólo un mar sin movimiento,
un mar
de aguas oscuras
con peces nadando en cámara lenta
y sirenas desmenuzadas
en un fondo sin fondo
entre montañas hundidas
que alguna vez fueron
remotamente
animales que el tiempo extinguió.
Sus ojos
a pesar de todo
buscan
en mí
otro mar
parecido y distante
para acariciarlo con su mirada.
De “Los días”- en proceso de edición

DESPEDIDA

pusiste mi mano sobre tu pecho
y cerraste los ojos:
mi mano quedó dentro de tu pecho.
Del otro lado de tus ojos
mi mano acarició tu memoria
parsimoniosamente,
mi mano se ahogó en tu lisa memoria,después
alguien silbó en el pasillo.
La tarde pulió sus aristas,
despedirse es fácil
cuando el silencio envuelve a la vida
sin límites,
el silencio es un pequeño dios
que convierte nuestra despedida en sitio de llegada.
Puedo mirar ahora
mi propia muerte en tus ojos,
la veo trepándose sobre el borde de mi nombre
y nos cobija a los dos-
De “Invierno”, inédito

POLLERAS

Con sus polleras largas iba mi bisabuela a través
del campo,
un campo muy grande
tan grande como este país
que una mañana la atrajo igual que un imán
desde el otro lado del océano
hasta estos espacios fronterizos,
un campo que se mira
y se huele
y se transita arrastrando esas polleras
que terminan con el ruedo embarrado.
Anchas las polleras,
inmenso el país
hecho y deshecho entre un rumor de ranitas y bicheríos
escoltando esa caminata
que dura toda la vida
y que roza la mía hoy
a estas alturas de las penurias
del nuevo milenio,
un siglo después casi exactamente.
Veo el cielo abierto dado vuelta y al campo
por el que mi bisabuela va
como una taza que cayó de boca
y perdió el contenido,
el cielo de pronto
le robó el campo al país
sus moneditas tristes
sus pálidas pertenencias y ella,
mi bisabuela
lo camina sin escuchar
sin ver
sin que exista sobre esta tierra para nadie
otro lugar, el cielo
se cayó de bruces
ya no acompaña al paisaje
ni a los pasos de mi bisabuela
que ha perdido su voz
su propia voz muy ajena
en ese trajinar de lavar ropa y pisos y fregar
lo ensuciado por la vida una y otra vez
una y otra vez
y otra vez ella piensa en el ruedo embarrado de su pollera
en las cacerolas sucias
en el fuentón donde se cansarán sus brazos
mientras pasan las horas
de refilón
y rasguñan las paredes de una casa que se viene abajo.
Mi bisabuela camina sobre mis propias huellas
en este terraplén
rústico
desiluminado
en este escenario de mampostería, cielo revuelto
donde se resbalan las pisadas
una mujer camina
y el campo
sin un cielo que lo cobije
lo desconoce todo:
el nombre de mi bisabuela
sus polleras con el ruedo embarrado
y nuestra interminable caminata.
Inédito de un libro en preparación titulado “Árbol de mis ancestros”

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 MARÍA NEDER: Reportaje radial en el programa "Puerto Almendro"


De derecha a izquierda: Gloria Pampillo, María Neder, Irma Verolín en la Sade de Buenos Aires

María Neder:  Estamos con una autora absolutamente ciudadana, nacida en Buenos Aires y que además se considera ella ciudadana, nacida en Buenos Aires en el año 1953, ella reside en Buenos Aires, multipremiada, ustedes saben que a mí no me gusta hablar de los premios, a veces nombro los más fundamentales pero lo curioso es que estamos frente a una autora que por ejemplo ha ganado el noveno concurso del Macedonio Fernández de Narrativa en el 2012, ha ganado el premio Emecé en el 94 por una novela, el primer premio de novela MERCOSUR en el año 1997 de la Universidad Nacional del Litoral, finalista premio novela Diario La Nación, el Premio del Fondo Nacional de las Artes, ha ganado el premio Municipal Eduardo Mallea, el Internacional Horacio Silvestre Quiroga, el Internacional de Puerto Rico, bueno… muchísimos premios, todos importantes, pero vamos a encontrarnos con ella, con la que escribe que me parece más importante, en el sentido que no son solamente los premios los que validan una escritura, sí en este caso, obviamente, pero no me quiero quedar en ellos, sino que es la escritura misma, el ser de un escritor quien da carácter firmeza, solidez a la literatura y a cada uno de los libros. Y aquí estamos. Qué tal, cómo estás Irma Verolín, aquí está tu audiencia de  Villa de Merlo en la provincia de San Luis.

Irma Verolín: ¿Yo te puedo hacer una pregunta? ¿Por qué se te ocurrió invitarme? Lo que me resultó interesante cuando vos me invitaste a hablar, a reflexionar un poco sobre mis textos, se produce automáticamente una actitud mía de lectura, de asomarme a mi universo y ver qué voy a decir. Lo cual es muy interesante, yo te había comentado que es muy interesante porque toda entrevista implica cambiar de lugar, de ser escritora pasar a convertirse en lectora de aquello que produje y reflexionar, lo cual es una gran oportunidad y te la agradezco.

María  Neder: A partir de este momento comienza una serie de preguntas muy puntuales, también habrá una lectura de un fragmento de Irma Verolín, alternada como es costumbre en estos especiales de Puerto Almendro, con música. Aquí viene una primera pregunta: Yo diría ¿Cómo definís vos tu propia narrativa? No digo las características, porque lo quiero dejar para después. ¿Vos podrías observar tu propia narrativa y describir, porque hay un realismo… no lo voy a decir yo. Cómo lo describís vos, cómo podrías acercar, con qué palabras podrías acercar tu narrativa a la audiencia que te está escuchando.

Irma Verolín: Es la pregunta más difícil que me deben haber hecho. No sé si tengo la posibilidad de alejarme tanto como para poder hablar de eso.  Yo diría que habría una especie de situación lejana a la cual hay que aproximarse mediante algo, puede estar en el pasado, lo que reforzaría  esa catalogación de literatura de evocación, pero a veces no es aquello que  ocurrió solamente, puede ser como en la novela “El camino de los viajeros” en la que eso otro a lo que no se accede es el monte, eso otro que se intenta descifrar como enigma puede ser la casa de “El puño del tiempo”. Los espacios ocupan un lugar muy importante. Lograr determinar el espacio para mí es determinar qué va a ocurrir, lo difícil es precisamente poder configurar ese espacio. Hay un gesto de apropiación que nunca se concreta en mis relatos, típico de la novela moderna o de la escritura moderna que es el fracaso del héroe, pero aquí se juega con ese fracaso constantemente y por otro lado  yo diría  que a esta especie de evocación se le sumaría una suerte de juego  entre la tensión de los opuestos que nunca se resuelve, entonces se está siempre en el límite, por esa la presencia del humor y ya sabemos que el humor tiene muchas funciones, si vamos a hablar de algunas no terminamos más. Y yo diría que todo esto queda en la ambigüedad como si la vida fuese siempre inapresable. Después están las anécdotas: puede ser la infancia, puede ser una relación de pareja, la relación con el paisaje del monte, la casa pero lo que prevalece es esta sensación de inabarcabilidad de   la vida, inapresable la vida, esa es la sensación que yo tengo  hoy con respecto a lo que escribo.  

María  Neder: Ahora, esta cuestión de estados de viaje. Digo por ejemplo estados de viaje en la memoria y descripciones en algunos cuentos, de viajes, de traslados, de un espacio a otro y al mismo tiempo mientras todo esto va sucediendo, vos vas contando algo concreto, ese traslado tiene un espacio estable. Cómo armás eso, el espacio estable en dónde se ubica dentro tuyo, en qué parte, en el tema, en el argumento, en el sentimiento, en el recuerdo que te moviliza a ir hacia… porque incluso en un fragmento que voy a leer para los oyentes que tiene que ver con los mapas y con los viajes también está la cosa estática, el espacio que se mueve, es decir el tema del viaje, la movilidad,el  traslado pero también está el mapa que es lo que detiene el viaje, entonces es como si hubiera dos viajes o una superposición y justamente en ese fragmento que voy a leer, aparece el   cuerpo y el alma, quién se traslada y quién traslada a quién. Son varias preguntas juntas ¿no? Para que hables un ratito vos solita y tranquila

Irma Verolín: Bueno, vos te referís a la novela “El camino de los viajeros” donde supuestamente hay un movimiento porque en mi novela anterior y también escrita cronológicamente  que es “El puño del tiempo” transcurre todo adentro de una casa, no hay viaje  y me hacés pensar en que mi primer cuento era un viaje, el primer cuento que yo escribí que se publicó en Córdoba se llama “Regreso a casa”  y es el viaje de un padre que lleva a su hija a la casa después de la muerte de la madre, tema muy veroliniano, digamos. De algún modo me hacés pensar en varias cosas como vos decís, la pregunta son varias preguntas.   O me pongo a hablar del proceso de producción de “El camino de los viajeros” donde hay viajes constantes pero también me hacés pensar que en realidad estoy trabajando siempre con esa dualidad vida-muerte que está presente aquí y eso sí sería un común denominador de otros textos. Lo vivo y lo muerto, y juego mucho con el mundo  que está vivo y la representación del mundo  que más me gusta son los mapas y los almanaques. Los almanaques en los cuentos para chicos apare3cen a cada rato,  en ciertos textos aparece esto de tachar días  en los almanaques, la representación del tiempo. En la idea de viaje está el tiempo y el problema mío con el tiempo es crucial e irresoluble por supuesto. Pero yo diría que lo que vos notaste en la descripción de este texto que te permite  asociarlo con el resto que ya leíste también este juego entre lo vivo y lo muerto, yo por cierto me psicoanalicé muchos años, en una época me llamaban Anita Freud,  tiene que ver con historias personales, yo diría que hay una cosa fundacional en mi vida que es que mis padres murieron cuando yo era chica y el discurso de la muerte, pobre mi abuela, fue un discurso tan mal estructurado que planteó todo un tema sobre la palabra y la vida. Me vinieron a decir que había muerto mi madre y yo no pude abstraer nada y además me lo explicaron tan mal, en realidad no hubo explicación por eso en mis cuentos muchas veces no hay palabras, no se dice nada y hay que decodificar aquello que sucede y se hace lo que se puede ¿no? Este juego entre lo que se mueve y lo que está quieto. El cuerpo vivo y el cuerpo muerto. Estaba pensando que en “El puño del tiempo” está todo quieto y en esta novela que es lo que vos vas a leer “El camino de los viajeros” yo quería salir del encierro de la casa pero lo que pasa es que los viajes son como fugas del encierro. Es una pareja que está encerrada durante la dictadura en un pueblo fronterizo en Misiones, el pueblo es un poco brasilero, un poco alemán, es un poco misionero, se hablan todas las lenguas y la única manera que tienen para salir de ese encierro es viajar, pero viajan como fugándose y vuelven otra vez. Todo es un poco histérico. Yo juego con esa polaridad constantemente, como te dije antes, se rozan los polos y se queda siempre en el medio. Supongo que esto nace de una percepción infantil con respecto a vivencias muy profundas que van generando una manera de ver porque la experiencia de la muerte en la infancia, obviamente, deja su  huella y después una tiene estrategias de supervivencia frente a eso marca un estilo. Pero además del tema de la muerte es el gran tema del ser humano porque es lo único que sabemos que nos va a ocurrir. Hay además toda una literatura mística al respecto.

María Neder: A veces pienso que viajábamos no para escapar de esos días chatos ni para vivir en la transitoriedad sino porque sinceramente creíamos que existía el final del camino. O al menos una parte de nosotros conservaba la ilusión de que sobre esta tierra había un lugar que equivalía al Paraíso. Es factible que alguna memoria ancestral nos empujara a emprender ese trayecto hacia la cuenca vacía, hacia ese sitio sin nombre que buscábamos afanosamente cuando mirábamos un mapa. Los puntos rojos de las ciudades no nos llamaban la atención ni nos incitaban a mirar por detrás queriendo averiguar si, en el reverso o más allá del reverso, se replegaba ese final que adivinábamos de una manera confusa. Entonces desplegar el mapa indicaba el principio de la búsqueda de un tesoro. Y las islas perdidas eran un punto infinitesimal, tan liliputiense que nuestros ojos ávidos sólo descubrirían luego de trasladar el esquema del mapa al escenario del mundo. Ese pasaje obligado de descifrar primero un mapa para después constatar su veracidad llevando el cuerpo por el mundo, me retrotrajo en varias ocasiones al pizarrón negro de la escuela secundaria. Las fórmulas algebraicas eran ininteligibles, pero la monja, que se había recibido con honores de profesora de matemáticas en Italia, insistía en su futura aplicación y nos juraba y perjuraba su incuestionable practicidad. Alguna vez nos había dicho que esas equis y esas íes griegas seguidas de tanto número absurdo bastaban para medir el tamaño de una montaña. Me costaba aceptar aquello; en el fondo nunca le creí a la monja, que terminó regresando a Italia porque una carraspera fue seguida por una intensa tos y luego por una neumonía. En el fondo yo pensé que era un castigo por decir tantas mentiras. La misma perplejidad sentía yo cuando, no bien llegábamos a algún sitio, Marcos, sonriente, desplegaba una vez más el ajado mapa y señalaba con su dedo aquel intento de restringir el mundo a la chatura geométrica, a un declive de líneas celestes y ondulantes o a una cantidad de puntos rojos. Repentinamente me acordaba de la monja y la imaginaba en un monasterio tosiendo y tosiendo, penosamente, sin cesar. En el extremo superior derecho, el ajado mapa que Marcos desplegaba y plegaba como las velas de un barco, tenía el dibujo de una veleta. Los cuatro puntos cardinales eran cuatro extremos que nos hundían en la angustia. Hacia dónde ir. ¿Hacia el calor?, ¿hacia el frío?, ¿hacia el océano o la selva? La línea firme que separaba una nación de otra me despertaba temblores. Los guiones que marcaban el final y el principio de una provincia me retrotraían a las conocidas entonaciones y a los chistes del lugar. Jamás podía pensar en un árbol, en un clima o en un paisaje. Tantas veces sentí lo mismo que tuve que aceptar que allí estaba mi sello de la ciudad. Veía sólo construcciones, espacios demarcados, fechas y nombres. Nada que estuviese vivo se adelantaba en mí al contemplar el mapa. Todo era cultura ante mis ojos anticipados, no adivinaba ni siquiera lejanamente a la naturaleza. Así que se me ocurrió especular que tal vez eso me impedía ver el monte como era en realidad: un espacio entregado enteramente a las leyes de lo natural. Quizá la prueba o el desafío mayor había sido tener que entreverarme en ese código inusitado. También —no era nada improbable— mi rechazo al agua explicaba mis incomprensiones. Una vez uno de los hombres que solíamos levantar en la ruta, un buceador submarino, nos aseguró con un tono de voz sentenciosa, que la gente que rehúye el agua es gente que no ama la vida. De más está decir que no volví a dirigirle la palabra en todo el viaje, y sólo lo hice en el momento en que descendió del coche y nada más que para indicarle que cerrara bien la puerta. Si el monte se me presentaba como un garabato se debía a que miraba con ojos de ciudad aquello que exigía un enfoque nuevo. Me hubiera gustado arrancarme los ojos para entrar en el monte, arrancármelos en todos los sentidos de la palabra, lo que no hubiese sido más que un gesto absolutamente literario que hubiera acusado mi profunda ligazón a la cultura, a ese repertorio conocido de saberes que se reiteran una y otra vez con voces y formas. Lo natural, al menos en el monte, tiene más de sorpresa que de repetición y al parecer yo no estaba dispuesta a aceptarlo, por eso insistía en no comprender. Con el tiempo llegué a establecer alguna relación entre los arranques furibundos por viajar y nuestra vida de todos los días. Cuando yo lograba aceptar que me encontraba situada a medio camino entre mi alma y mi cuerpo, sentía el impulso loco de hablar de un viaje. Por lo general trataba de olvidar ese desencaje mío, esa constante necesidad de quitarme el cuerpo de encima recurriendo al vestido oloroso que colaboraba malamente. Por entonces mi única estratagema conocida para sacudirme el alma del cuerpo era viajar. Tenía el total convencimiento de que los viajes me daban esa sensación única de que mi cuerpo y mi alma se separaban. Así lograba ser sólo cuerpo, al menos por un rato.”

María Neder: Continuamos con la charla. A propósito del lenguaje. Hay una palabra, dicen que todos tenemos determinado tipo de recurrencias acerca de símbolos o palabras determinadas que están reaparecen o que están presentes en la narrativa en distintos cuentos o en novelas. En tu caso he observado en mis lecturas que la palabra  “chato” para denominar un ambiente o un mundo o este mundo está muy presente. ¿Es una sensación de chatura frente al mundo o es tu percepción del mundo como algo que es chato y entonces hay que salir de ahí, de esa chatura?

Irma Verolín: Claro, no es inocente el empleo de la palabra chato y es importante para mí. Hay un narrador que no es quien escribe, el narrador de “El puño del tiempo” no es el mismo narrador que el de la novela que estuvimos hablando y por lo tanto responden a diferentes percepciones. Después de muchos años de investigar en la evolución de la conciencia terminé comprendiendo que la humanidad se encuentra en un estadio que es como si todavía viéramos a las personas en dos dimensiones, las dimensiones son largo, ancho y profundidad, todavía nos falta un nivel evolutivo para ver en profundidad y luego más aún tenemos que alcanzar otro nivel que es el tiempo, que es la otra dimensión, la cuarta. Yo siento que el narrador mío está hablando un poco de eso, está contando cómo la humanidad se encuentra en el nivel que está porque todavía nos falta ser verdaderamente humanos, nos falta utilizar todas nuestras potencialidades.  Pero también podría pensar, y esto es un hecho biográfico, que yo conocí a mi madre a través de las fotos y que me construí una imagen  gracias a esas fotos, porque murió cuando yo era muy chica. Y las fotos para mí son muy importantes, las imágenes quietas son muy importantes. A veces yo congelo imágenes cuando percibo como para apropiarme verdaderamente de lo que sucede en el mundo, poder detener el movimiento y así capturarlo y tenerlo ya que otro dilema del arte es cómo traslado a la bidemensionalidad de la página en blanco la tridimensionalidad del mundo  y quizás estoy planteando eso que creo que es el conflicto de todo artista. Claro, no es inocente la palabra “chato” y es importante para mí en parte por eso que te dije y seguramente por otras razones que desconozco en este momento.

María Neder: En este camino narrativo la elección de la primera persona a qué se debe. ¿Es una técnia? ¿Es una herramienta? Yo creo que cada escritor  sabe de sí mismo cómo puede llevar, manejar, expresar, mejor dicho, sus personajes, bueno por esto de ponerse en el lugar del otro ¿no? Pero en el caso tuyo es muy peculiar, muy  particular esa escritura en primera persona. ¿Parte desde lo autobiográfico? No digo que tu escritura sea autobiográfica y esto se lo digo a los oyentes que la literatura de Irma Verolín roza entre la ficción y la realidad, hay muchos hechos reales, muchas cosas vividas, ella lo ha comentado, las ha vivido y bueno, sirven como material para hacer literatura ¿no?, transformar algo en arte. Pero volvamos a esto de la primera persona ¿ la primera persona es parte de un recurso para llegar mejor al lector? ¿para ponerte vos mejor dentro de ese personaje o para permanecer en un sitio que a  lo mejor está relacionado con la inestabilidad en un mundo de movimiento permanente de idas y vueltas?

Irma Verolín:  Yo creo que hay un gesto irónico en el uso de la primera persona porque, como vos bien decís, yo trabajo con un hecho que aparentemente viví, que muchas veces he vivido y necesito partir de ese hecho para  transfigurarlo, entonces juego siempre con una parte de verdad y una parte de mentira que es lo que me fascina porque si no sería periodismo, documentalismo y ese “yo lo viví” me permite divertirme porque generalmente suceden cosas o graciosas o absurdas. Pero tengo la sensación –y ahí está el mito del origen de la escritura- que yo empecé a escribir desde muy chica respondiendo a una necesidad de autoafirmación. Para mí en un principio el uso de la palabra fue un mecanismo de supervivencia porque la mayoría de los que nacimos en los años cincuenta somos hijos del rigor, es decir ya sabemos que fue una educación muy rígida ¿no? Entonces yo necesitaba encontrar mi propia voz, que tenía que actuar las voces de los otros, el “deber ser” de una familia muy autoritaria y me da la sensación de que este “yo” a mí me permite bucear mucho más en el lenguaje, en el mundo. Hay una fuerza de la palabra cuando digo “yo” que me permite alcanzar una vibración y me ayuda mucho más. Yo supongo que lo hago por muchas razones más. Estaba pensando en escritoras como Silvina Ocampo que  ella decía que ella prefería el “yo” porque le gustaba, una dice eso, es decir cuando empezamos a narrar o a hacer poesía o lo que sea, cuando creamos una palabra poética buscamos aquello que nos motiva, yo entiendo la literatura como una búsqueda, como una autoindagación, una búsqueda de conocimiento, entonces el “yo” es como una especie de tobogán que me inspira también. Yo creo que lo hago por eso. Bueno, vos sabés que hablamos de aquello que conocemos, pero la mayor parte queda escondido para nosotros mismos.
  Es un momento muy particular este con respecto a la literatura porque la literatura está invadida por el periodismo, por el discurso político, por el discurso histórico, y estamos como redefiniéndola constantemente. Cuál es el espacio de lo literario porque hoy en día cuando alguien escribe, porque todo el mundo escribe porque tiene computadora y es muy fácil, hasta las astrólogas se definen como escritoras. Todos son escritores, es el comodín. Yo pienso que deberíamos inventar otra palabra para los que empleamos la palabra como un objeto en sí mismo, como el músico que usa la música para hacer arte. Y a mí me parece que el “yo” está jugando un papel dentro de eso porque lo liga a la poesía y yo vengo de la poesía y es un yo lírico. Mi narrativa es una narrativa que avanza hacia la lírica, que juega, que va y viene pero que tiene siempre un toque lírico y la poesía entre los géneros literarios es la más artística. No quiero renegar de ese pasado poético, yo no me convertí en poeta. Pienso que los escritores estamos bregando por un espacio propio, sufriendo estos embates. Llegó un momento, cuando yo iba a las escuelas porque he escrito textos para chicos también, los chicos sabían lo que era un periodista, habían hecho talleres de periodismo, pero no conocían lo que era un taller literario, así que, bueno, tal vez ese yo esté hablando de eso.

María Neder: Hay un elemento, Irma, que a mí me interesa muchísimo, me fascina, me parece un arte, maravilloso, lo digo de todo corazón, ojala yo pudiera ejercitarlo, lograrlo mejor dicho para después ejercitarlo algún día, que tiene que ver, no sé si es la comicidad que en muchos cuentos que está presente aún tratándose de temas que aparentemente son dolorosos, puede ser también ironía, pero toda esa ironía o comicidad se da dentro de un marco ingenuo que permite al lector que el drama no lo emocione, que no se quede en el drama de lo que está narrando y hay un ejemplo que voy a tomar, hay muchos ejemplos en tus cuentos, pero hay uno que tiene que ver con la muerte de tu abuelo, el cuento se llama “El cuerpo de mi abuelo” y pertenece al libro “Una luz que encandila”, bellísimo libro de cuentos, Premio Ciudad de El Colorado,  de la municipalidad de El Colorado, en Formosa y que tiene, a mi parecer, un comentario muy agudo, muy interesante de una colega muy querida que también hemos leído mucho en los programas, Patricia Severin, donde se menciona también este tema de los tiempos fluctuantes, la superposición de espacios y de tiempos, la ficción y la realidad, esta cosa de realismo mágico, estas dos caras de las cosas. Y en las dos caras de las cosas a las que hace mención Irma Verolín, ella busca los ejemplos: “Lleno de memoria y de olvido”, está en algunos cuentos, “sin querer o queriendo”, “un pie aquí y otro allá” y esto también es parte de tu narrativa y volviendo al cuento “El cuerpo de mi abuelo” venís preparando al lector y decís “el abuelo empezó a morir” y hablás del olor de la muerte, de los síntomas de la muerte y lo vas acostumbrando al lector porque es el personaje, digo “vos” porque el personaje habla en primera persona ¿no?. En un momento decís: “Lo único que no miente sobre este mundo es un cuerpo que está a punto de morir, contemplar aquel cuerpo demandaba un valor fuera de cualquier cálculo si nos atrevíamos a incluirlo dentro de la secuencia de escenas que teníamos en la cabeza, nuestro corazón se volvería posiblemente más  entendido en los asuntos de su menester, claro que eso significaba más de lo que realmente significaba. Me esforcé en aprender a mirar la muerte de mi abuelo contemplando aquel cuerpo que ya no era de nadie y que iba a convertirse de un momento a otro en un precioso objeto que merecía estar bajo tierra.” Más adelante, justamente haciendo alusión al marcapaso, a los médicos, ya cuando el abuelo muere, en la página 76, en un momento decís: “Pero la realidad no es real como ya se sabe, las palabras trataban de separar la aguas aunque las aguas siguieran envolviéndonos. En estos casos ya sabemos que la gente se acerca al muerto y a su familia con gestos cinematográficos…”, aquí hay humor,  “así que entramos en la escena…” luego continuás diciendo: “Fue muy extraño ubicarse de este lado de los acontecimientos, lo más real es el cuerpo blanco y quieto que permanece tendido bajo la luz temblorosa de la vela y no hay nada que decir, qué noche de silencio, qué sitio sublime para la obviedad. Yo quise tenderme en algún otro sitio y no encontré ni dónde ni cuándo…” Bueno, allí está todo el suceder pero el momento en que en la casa, luego, descubren muchos papelitos que el abuelo había escrito y escondido y aquí voy también al tema del humor y de la ingenuidad, este tratamiento maravilloso de la narrativa tuya: “Eran alargados, ajados y escritos con una letra imposible…”: “graciosas o caprichosas recomendaciones: que su mujer no se volviera a casar, que se repartieran la bandeja de plástico y el helecho de la esquina del balcón y otras cosas por el estilo, la insistencia en cada frase era siempre la misma: no se olviden de la obra social para que me saquen el marcapaso. Los juntamos y los guardamos en la caja roja y la noche pasó en un abrir y cerrar de ojos. Y allí estuvimos, parientes y allegados otra vez frente al cajón y el cuerpo bajo la vela que se había apagado. Ahora sí ya no había más abuelo sino su cuerpo ocupado por la muerte” Y luego esto continúa, el cuento continúa, bellísimo, pero vuelvo a mi pregunta: Esta presencia de la doble mirada y ante lo trágico y ante la muerte también esa mirada del humor, del estar fuera de la tragedia, estar con pero afuera de la muerte y luego adentro y luego con los papelitos y cosas graciosas y otros elementos que, insisto, no sólo tienen que ver con un humor ingenuo, ingenuo desde el punto de vista del personaje, ojo ¿eh? sino también con un destensionar, con un contar desdramatizando, esto sí se da en todos tus cuentos.

Irma Verolín: Ya lo dijiste todo vos. En realidad hiciste un análisis que para mí es muy acertado. Hablaste del humor y quizá como toda la materia de mis relatos son situaciones bastante trágicas que trato de convertir en tragicómicas eso tapa un poco el recurso del humor al que vos hacés referencia y que para mí es fundamental. Alguien dijo una vez que  comedia, hablando del género de la comedia, es tragedia más tiempo y la sensación por toda esta historia que yo tengo con el tiempo, como una brecha que está ahí y que yo trato de salvar mediante la evocación, el humor es la distancia creada para poder capturar eso que está lejos. El humor en realidad tiene tantas posibilidades de análisis pero yo lo entiendo como la resolución de la polaridad. El mundo de la materia, lo dicen los físicos cuánticos, es un mundo que se caracteriza por la polaridad, blanco versus  negro, bueno- malo, tengamos en cuenta que cada palabra se entiende siempre a partir de su opuesto. Para mí el humor es un intento de resolver con el lenguaje esta contradicción que supone estar en el mundo, cómo hacemos con esto donde todo está todo el tiempo jugando y tensionando. Por otro lado el humor como irreverencia, como desestructuración. ¿Y qué hay que desestructurar? Lo que no tiene remedio. ¿Y cuál es? La muerte. La muerte es el gran tema. Los hindúes tienen su representación en la figura maravillosa de Shiva, tienen los tres dioses de la Trinidad hindú que son Brahma, Vishnu y Shiva que son los tres momentos de los cuales hablaban los mayas también. Todo proceso en la vida tiene tres momentos: Creación, mantenimiento pero si no hay destrucción no hay movimiento, por eso Shiva para los hindúes es el gran maestro, lo llaman Mahaswara. Y bueno, el humor es jugar con estos tres movimientos, con estos tres momentos del proceso. Vos lo dijiste bien, no sé si tengo mucho más para agregar. Creo que ya lo dijiste vos.

María Neder: Le dí más primacía, evidentemente, a los cuentos. No sé por qué. No sé si es porque es algo que me fascina… es un arte más difícil que la novela. Cómo te sentís más cómoda, ¿en el cuento o en la novela? ¿Qué te surge más, ahora, en este momento de tu creactividad artística, el cuento o la novela?

Irma Verolín: Yo me siento más cómoda en el relato extendido, siempre me voy lejos, mis mails son insoportables porque son larguísimos cuando escribo. Cuando tengo un espacio más amplio siento que me puedo explayar y me voy con una prosa saereana y sigo y vuelvo. Pero en este momento estoy escribiendo cuentos. Es como que el cuento ahora me está resultando un poquito más cómodo que antes, quizá porque el oficio está más afianzado  y además estoy muy feliz porque son cuentos sobre parejas. No es un tema muy mío. Yo escribía sobre los niños o sobre los ancianos. Esto se llama “Historias de mujeres y hombres” y me he divertido tanto. Uno se llama “Paraguayo tomando café”, que trata sobre un señor que viene a arreglarle la vereda y pretende ser el novio y también hay otros bastante trágicos en los que aparece inevitablemente la dictadura que eso me está asombrado por la manera en que aparecen esos años. El cuento me ha costado, siempre me ha costado, me cuesta cerrar, me cuesta despedirme del texto, quisiera seguir hablando, soy una sagitariana con la boca abierta y la boca me pierde.
                                                                            Buenos Aires 2014


                                               
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Diario "El territorio" de Posadas, Misiones

Susana Villalba en el diario "La prensa"



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Diario Litoral de Santa Fe. 4 de julio de 1998





Revista "Nosotros" del diario "El litoral de Santa Fe" 17 de junio de 2018
Mili López: ¿Cómo fue el proceso creativo de estos poemas? ¿Cuánto tiempo te llevó escribirlos y luego reunirlos en una publicación, cuál fue el motivo de estos textos?

Irma Verolín: Después de publicar mi primer libro de poesía “De madrugada” comencé a escribir poemas un poco alocadamente, ya que habiendo sido narradora por más de veinticinco años estaba como nena con juguete nuevo al volcarme a un género que había desarrollado mucho inicialmente, pero que abandoné al dedicarme de lleno a la narrativa. Creo que los primeros de los poemas  de “Árbol de mis ancestros” fueron escritos paralelamente a la escritura de mi segundo libro de poemas “Los días” que editó la Fundación Victoria Ocampo gracias al premio que recibí. A medida que los escribía comencé a notar que la mayoría giraba en torno a  las figuras familiares, que ha sido un foco que me  alumbró en mis primeros libros de narrativa. Inevitablemente la escritura de un poema impulsa  a los siguientes, me di cuenta de que estaban emparentados y como en poesía prefiero los libros temáticos me orienté a continuar por esa línea. El tiempo  de escritura es difícil de precisar, supongo fueron más o menos dos años. Con respecto al motivo no podría decirte, las palabras vienen, las motivaciones internas que nos llevan a escribir  determinados textos son profundas y no siempre fáciles de comprender. Lo que observo es que este es un libro de personajes, los poemas giran alrededor de figuras simbólicas que configuran una red familiar.

Mili López: El "tiempo" aparece en el libro como una obsesión o como un vehículo para contar… 
 
Irma Verolín: Sí, el tiempo es en realidad un núcleo temático en lo que escribo. Mi primera novela se tituló precisamente “El puño del tiempo”, pero fue la editorial Emecé la que lo escogió, en realidad era una frase que  estaba dentro del libro y ellos la rescataron. Podríamos pensar que el tiempo es la materia de nuestra vida, con lo único que contamos, estamos hechos de tiempo y de luz o de energía, sin embargo es a la vez tan intangible y tan indescriptible. Desde las tesis de Albert Einstein hasta aquí ha ido cambiando nuestra visión del tiempo aunque todavía no demasiado. En una época estudié calendario maya, eso me ayudó a pensar el tiempo con un enfoque circular y no vertical,  aun así el  enigma continúa, esta clase de nociones no se modifican de un día para el otro. Mi inclinación a pensar el tiempo y tomarlo como un elemento literario que me ha llevado a incluir los almanaques o los relojes como signos de lo indescifrable en literatura para adultos y para chicos también, nace de mi experiencia de vida, como no podía ser de otra forma. Fui criada por abuelos, gente de otra generación que me relataba historias bastante antiguas que mis amigas no escuchaban en su casa. Mi padre solía decir que me faltaba el contacto con una generación, la de mi madre,  su temprana muerte dejó  un gran vacío. Pero además mi abuela paterna que me crió se casó muy joven, a los catorce años y su madre, mi bisabuela también, con frecuencia estaban embarazadas al mismo tiempo. Conocí a mi bisabuela, la que aparece en los poemas, la que quedó ciega. Murió con ochenta años y ella me contaba recuerdos de su juventud que rememoraban las revoluciones radicales de la década de mil ochocientos noventa. Irónicamente mi abuela, la que fue mi madre por adopción murió en el 2008 con cien años, la cuidé hasta el final. Esta ironía de perder a mis padres en plena juventud y estar en contacto con generaciones anteriores es en parte lo que, sospecho, hizo surgir en mí montones de preguntas que son el germen de la creación.

Mili López: Tomás a la fotografía como disparador de varios de tus poemas, ¿qué riqueza tiene detener la mirada en este recurso?

Irma Verolín: Diste en la clave. En mi caso las fotografías suelen ser disparadores esenciales e incluso  me ha ocurrido que confundo recuerdos con imágenes percibidas en fotos, lo que les sucede por supuesto a otras personas. Es  muy enigmático el modo en que construimos los recuerdos ¿no? Pero en mi caso entiendo que ha sido más determinante porque al haber perdido a mis padres siendo niña, la imagen de mi madre la he tomado principalmente de ese puñado de fotos, ya que ella murió cuando yo tenía cinco años, por lo que mis recuerdos concretos son escasos. Las fotos aparecen con frecuencia en mis cuentos también, como elementos evocadores o creadores de situaciones dentro de un relato. Tengo un libro inédito de poemas que se titula justamente “Serie de fotos” y nació de un episodio cotidiano. Una amiga de mi madre dejó en el buzón de mi casa algunas tomas  instantáneas que ella había hecho hace más de cincuenta años atrás y fue tan impactante ver imágenes que antes no había visto de mí, de mi hermano, de mi madre que nació ese libro que poetiza en torno a lo  que me produjeron esas pocas fotografías. Pero el trabajo en este libro no se centra en lo biográfico ni en la evocación de figuras familiares sino en una reflexión sobre el modo en que se perciben las imágenes y en la relación que establecemos con nuestras nociones del tiempo al mirarlas. Cuando hablamos de fotos es imposible no plantearnos la cuestión del tiempo, para mí están ligados ambos elementos.

Mili López: ¿Cuál es el desafío de un libro autobiográfico o con tantas referencias personales?

Irma Verolín: En realidad yo trabajo con lo autobiográfico preferencialmente, suelo escoger a narradores en primera persona en mis relatos lo que, algunas veces, ha llevado al lector o a la lectora a unas cuantas confusiones. Siguiendo  una cierta tradición  de la escritura de mujeres soy autorreferencial por elección. Como la poesía se nutre de ese yo poético o sujeto de la enunciación,  al comenzar a escribir poesía  en forma sistemática supuse que iba a molestar menos mi elección personal y estética. A veces lo he vivido como algo que es  motivo de reproche. Un mismo texto puede escribirse desde varios puntos de vista, no es tan difícil cambiar el narrador, sin embargo yo me siento más cómoda hablando en primera persona. Ahora bien, en poesía la posibilidad de emplear el texto como un ámbito de indagación, como un espejo que me  muestra eso que está en mí pero que todavía no comprendo del todo,  es decir el texto como revelación primero ante mí misma, me parece formidable y en ese espejo yo, al menos por ahora, necesité ver lo que soy desde la herencia de los que me precedieron. Pensemos que cada vez más la psicología moderna le da importancia a esta mirada, los aportes en la investigación del ADN y las teorías de Bert Hellinger nos hacen observarnos con una lente distinta, el inconsciente freudiano se ha ampliado, ya no sólo se reduce al efecto que produjeron  nuestros padres sino al de la constelación familiar en su conjunto. Para “hablarnos” necesitamos incluirnos en ese conjunto.  Estamos atravesados por voces familiares en la que resuenan los sentimientos de nuestros ancestros muy lejanos, esa impronta está en nuestra memoria celular.  El pensamiento del siglo XXI tiende a la integración. Al hablar de mis padres y abuelos, abuelas, tíos hablo de mí, de lo que soy de una manera integrativa. Mi búsqueda de la totalidad está también en lo literario, igual que en la vida.


Mili López: Hay muchas mujeres en estos textos, ¿cómo juega la perspectiva de género en estos poemas?
 
Irma Verolín: Desde muy joven me nutrí del pensamiento feminista. Fue un  cimbronazo leer a los dieciocho años “El segundo sexo” de Simone de Beauvoir. Pero supongo que aquí también influyó el contraste familiar que viví, criada por una abuela con conceptos muy convencionales sobre educación sexual, tuve la fortuna de que en mi formación  intervinieran mi tía y mi tío, quienes colaboraron en mi educación activamente. Ellos eran actores profesionales que convivieron con nosotros en algunos períodos. Bueno, en realidad  mi tío  fue como un hermano mayor para mí y hasta el momento en que se casó vivimos en la misma casa. Mis abuelos, mi tío y mi padre son de Santa Fe, parte de mi infancia la pasé en Rosario, dicho sea de paso. Sin embargo la llegada a la familia de mi tía, la actriz Dora Prince, que era amiga personal de María Elena Walsh y de tantas actrices que venían a casa, me  permitió descubrir ya en la infancia un mundo diferente, en el plano artístico y en el cosmovisional. Hice terapia  siendo muy jovencita por iniciativa de mis tíos, hecho no tan frecuente en los años sesenta para una muchacha que vivía en un barrio de Buenos Aires. La perspectiva de género está muy arraigada en mí desde el principio. Cuando entré en Filosofía y Letras en 1973 no tuvieron que explicarme muchas cosas porque ya las había absorbido desde niña a través del espíritu contestatario de mis tíos y de los otros actores e intelectuales con los que me relacioné. Lo que escribo está cruzado por esta visión inevitablemente.

Mili López: ¿Cómo interpelan a tus poemas las fotografías de Paola Leiva?
  
Irma Verolín: Me gustó mucho el trabajo de Paola Leiva, no llegamos a conocernos personalmente pero sí dialogamos a través de mensajes vía Facebook. Ella le agregó más significado con su mirada y su lectura o interpretación  a mis poemas, me hizo pensar en los sentidos del poema y me parece que voy a seguir pensando porque de eso se trata, de continuar una lectura que no se agota en una primera mirada, ya sea texto o imagen.

Mili López: ¿Qué es la poesía?

Irma Verolín:  No tengo una respuesta muy académica y por supuesto tampoco cerrada. Pero  me animo a decir que, de alguna manera, la respondí antes. La poesía para mí, y digo, desde ya, para mí, está relacionada con esa búsqueda de desentrañar el misterio, el misterio va a ser siempre más grande que yo, así como el lenguaje es una suerte de poder superior del que no es conveniente abusar. Obviamente el arte como sistema de decodificación de lo que llamamos “realidad” apunta a descifrar ese misterio, pero la poesía tiene algo más, lleva a la palabra a un estado de exactitud y de emergencia que nos  vincula con  aspectos ocultos de nosotros mismos. A través de  la poesía entramos en un  nivel de conciencia bastante cercano al de un estado de meditación, por eso está más ligada a la revelación, se conecta con la pintura, la música, la filosofía, es como un puente para mí que me hace trastabillar más frente al lenguaje y por eso, por ese riesgo que presupone, me coloca en situación de desafío. Hay una desnudez lingüística en la poesía que me habla de mi propia desnudez, la desnudez que todos los humanos tenemos finalmente frente a la vida, somos como agua que corre, una luz que brilla un tiempito y que se extingue pronto. Mientras tanto, la palabra poética nos salva de la completa extinción.