POESÍA

        La poesía para mí estuvo en el origen y permaneció incluso dentro de mi narrativa,  agazapada, filtrándose todo el tiempo, hasta que después de muchos años volví al principio y comencé a desarrollarla de un modo comprometido y desafiante.     

De madrugada”- Ediciones del Dock- Buenos Aires 2014
Serie de poemas encabalgados siguiendo un relato agrupado en distintos capítulos: Habitación, Antes, Hospital, Después, Descendiendo la áspera escalera.
 Los poemas permiten la reconstrucción de una historia que tiene como marco los finales de la década de mil novecientos cincuenta en la Argentina. El eje es la muerte de la madre y la evocación de la infancia.


                           
Sobre este libro poemas en este sitio: 
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(Sin asunto

                            

  RESEÑAS, ABORDAJES CRÍTICOS Y OPINIONES SOBRE "De madrugada"

Jorge Paolantonio
"Quien se interne en el registro de una memoria que evoca mayoritariamente la relación madre-hija  y sus espacios identitarios  [mi madre ha repetido su nombre en mí / por amor a los espejos] no podrá sino conmoverse por la afirmación de un yo poético que pretende –"despejar el mundo de tanta bruma". 
          En "De madrugada" –su primer poemario édito- Irma Verolín revive una vigilia donde lo rutinario y algunos lugares comunes son cedazo para que su historia particularice y, a la vez, universalice detalles aparentemente  mínimos.  Es Argentina, es Buenos Aires, mitad del siglo XX  - donde íconos de modernidad globalizadora (la pequeña radio portátil con estuche de cuero, la licuadora y su base de acero, un vestido de fibra sintética) trascienden al objeto y personalizan una historia que apunta al corazón a través del libro en cuatro partes.
          Los personajes que, en mayoría,  emergen del núcleo familiar transitan luz, sombra y claroscuros. Los colores  ligeramente desleídos apuntan a una postal de época. Los tonos elegidos - negro brillante, marrón distinguido, marfil que pierde fuerza-  apuntan una franja de pertenencia. Los ojos oscuros  de madre e hija contrastan con los claros del resto del núcleo familiar.
          El lector  va armándose de una imaginería que ya enfoca la transparencia (el bisel de una puerta de vidrios repartidos) o desenfoca (las figuras tras un vidrio esmerilado). Y la tensión que se construye alrededor de una muerte anunciada cede ante frases luminosas o cierres  fijados con maestría. La madre aguarda su final : "morise se parece a un juego mal inventado". Todos están involucrados.
          La niña tiende lazos permanentes con su madre moribunda. El padre deja que su vida se mueva sin cables; lustra obsesivo los borceguíes con que transita cuarteles;  se envuelve en humo;  reduce el mundo a un dedo índice sobre un atlas, azota el cuerpo escuálido del hijo mayor. La madre es un vestido floreado y desteñido  que camina de espaldas y parte sin darse vuelta.  "Yo quiero entrar en mi madre y ella no me deja", dirá la niña. "Yo visito hasta el cansancio la muerte de mi madre", confiesa la niña-mujer. Y en esa confidencia, madre e hija descienden la escalera que lleva quién sabe dónde. Lo hacen en un silencio que puede acariciarse.
         Poesía bella y doliente. Palabra necesaria la de esta escritora que con "De madrugada" ilumina sentimientos porque –lo dice la autora- escribe "hurgando en la piedra filosofal del lenguaje".

Fuentes:
                                                        

    Marta Ortiz
“Lo escrito no adquirió la forma narrativa”, dice Irma Verolín en el prólogo a su primer poemario publicado, De madrugada, a modo de advertencia a su público lector (y tal vez sólo a sí misma), dado que la sutil materia abordada es recurrente en la mayor parte de su obra narrativa (por ejemplo en los cuentos y novelas: Hay una nena que gira, La escalera del patio gris, El puño del tiempo). Pero este libro maduró en otra sintonía, sobre el giro a una nueva modulación de la voz: la misma pulpa, pero otra: “en cada focalización se descubre una nueva veta, que antes pasó inadvertida en la madera del árbol”, leemos en la contratapa y de algún modo tales palabras develan una clave. La nueva “focalización” entrega al lector un diseño otro de la línea sobre la página: la puesta en valor del silencio, del espacio en blanco, la irrupción de la escritura poética despliega otro ritmo, otro orden, otra mirada sobre lo mismo.
      De madrugada es un largo relato en clave poética, que remite al triste suceso de la enfermedad y muerte de la madre de la poeta. Con la misma extrañeza asombrada nunca resuelta de la primera vez, ella retoma y ensaya y descubre qué nuevo sesgo de la experiencia quedará al descubierto a partir de lo escrito. Un yo lírico autorreferencial revisa los sucesos vividos a muy corta edad –la “pena incesante y obsesiva”‒, en el escenario que aporta el libro nuevo, organizado en torno a cinco apartados: Habitación, Antes, Hospital, Después y Descendiendo la áspera escalera, gradual re-presentación de la pena inmensa, en imágenes memorables que hacen del dolor una estación de la belleza.
      En el poemario, la ausente es aire y voz y también luz “una luz derretida en sus contornos” (20); la voz,  atrapada en la letra del poema: “ahora mi madre / acompaña este deslizamiento de mi mano / sobre la hoja blanca” (19).
La Habitación contiene a la enferma y su enfermedad, micromundo que concentra la atención familiar. Verso a verso se diluye la esperanza de hallar una explicación a lo inexplicable: “las palabras trazan en el aire geometrías absurdas” (20). No obstante, la mirada insiste “con los ojos agrandados por el esfuerzo de despejar el mundo de tanta bruma.” (20). La pregunta del millón ¿qué es la muerte?, nunca tendrá respuesta: Sólo es posible la conjetura: “…saber, lo que se dice saber / no es asunto del que nadie en esta casa pueda jactarse”. La conclusión, a los ojos de la niña de cinco años, cae por su propio peso: “morir por lo visto/resulta una tarea complicada /requiere de testigos /de una puesta en escena” (27). Así, la memoria recicla lo escenográfico en las imágenes encadenadas a una trama insostenible. Sólo el moribundo tiene la llave capaz de abrir el espectáculo: “La muerte es una caja que se abre desde adentro / hay que hacer mucha fuerza con el cuerpo / con los pensamientos / para que por fin se abra.” (22). El tiempo es latencia sostenida en tanto la muerte hace su trabajo solapado.
      En los poemas que componen la sección Antes, la mirada ‒que observa como ubicada fuera del cuadro que describe, siempre detrás del asombro que transforma en extraordinario lo cotidiano‒, reconstruye escenas de la vida familiar, cuchicheos detrás de un vidrio esmerilado, la aparición en la casa de la radio a transistores y otros electrodomésticos “estrella” en ese tiempo, el tintineo de unas pulseras, el nombre materno que se repite en la poeta, “no por falta de imaginación sino por amor a los espejos” (35). Un fragmento en prosa intercalado relata la compra de un par de zapatos para la escuela, texto entrañable, casi la página escapada de un diario de infancia, el encastre perfecto de la lógica de la niña a la lógica materna: “con esos zapatos, dice, nada malo podrá pasarte en la vida cuando yo no esté” (39).
      En los poemas que siguen, la exploración de los vínculos parentales primarios muda de objeto y se dirige a la figura paterna. La palabra “desmesura” y la idea que encierra resumen la imagen del hombre de armas que ejerce su potestad inquebrantable: “la disciplina es el árbol de la vida” (46 ). Aún el Atlas de la infancia (libro desmesurado), es sujeto de la poesía de Irma Verolín, libro donde se remarcaban las cosas que hacían los héroes, como cruzar la cordillera, por ejemplo, emblemas que también aluden a la desmesura, y en franco contraste con una familia común, de carne y hueso. Hay algún sesgo en la inmensidad de este padre que asociamos otros padres que la literatura ha inmortalizado (Carta al padre de Franz Kafka y/o Daddy, de Sylvia Plath): “Papá derrama su ancha sombra de padre / sobre el cuerpo escuálido de mi hermano” (47).  De un modo semejante la patria (en un mundo imperfecto y apátrida), “se desmesura en un rincón/ del frágil corazón de mi padre”. Hay una cuota de ironía pasada por el tamiz de la aceptación mansa, en la voz que escribe, que no impide el registro de lo imposible de convalidar.
      Los poemas de Hospital intensifican los claroscuros: el blanco de las paredes contrasta con la negra enfermedad (espacio de tiempo suspendido, antesala del cementerio, lugar de tránsito entre el mundo de los vivos y de los muertos, donde sólo es posible escuchar una sentencia de muerte); el mundo infantil que la niña representa se opone al mundo adulto incomprensible: “algo que nos libere de estar suspendidas / entre este hilado de intangibilidades” (58)
      Después, como el adverbio lo indica, reúne los poemas que relatan la devastación posterior a la muerte anunciada. Resta una coartada, quizá la única matriz donde guarecerse: pensar la vida de atrás para adelante, hurgar en el secreto del lenguaje, de la ‛lengua madre’: “conversaciones que hilvano conmigo misma / en el desierto de esta página” (72), “hurgando en la piedra filosofal del lenguaje / el secreto más intacto” (67). El largo deseo de “ser”, de reponer, en la suya, la voz ausente: “En estas páginas digo / repito que la voz de mi madre impregna el aire” (68). Madre cuya pérdida temprana abona el terreno del mito, madre por siempre joven que en un acto de inicio impreciso aún inconcluso, continúa bajando una escalera familiar, sólo para que la poeta la vea bajar, la siga, baje con ella una y mil veces los escalones, mire su vestido floreado, de colores luminosos, ondulantes, en tanto la sueña y la escribe. Imagen, color, sonido. Luz.
Fuente:


 Raúl Fedele   El Litoral de Santa Fe
"Reconocida por sus libros de cuentos y novelas, Irma Verolín sorprende ahora con la aparición de un libro de poesía. En el prólogo la autora cuenta las circunstancias que la llevaron a regresar a un género que había practicado muchos años atrás y que después había abandonado (no sin rituales y con cierta cuota de resignación, aclara) para entregarse a la narrativa. Comenzó a despertarse “antes de tiempo”, en esos momentos que se instala “la hora del lobo” en la película de Bergman (entre nosotros hay quienes las sitúan al atardecer), cuando un escalofrío recorre la tierra y el cielo, y más personas nacen y mueren. Verolín cuenta que se despertaba sólo para escribir “en la neblina, en el claroscuro, en la línea divisoria; escribir en el silencio expectante es casi como escribir en la superficie de la luna, huella diáfana pero voluble”.
Pensó al principio titular Tango a este conjunto de poemas en los que recurre una desolada nostalgia, una “pena incesante y obsesiva”, pero prefirió desde el portal señalar la imposición de ese momento en que se escribieron los versos, en que se dictó esta rara “respiración en el fluir de las palabras”.
Dividido en cinco secciones, De madrugada nos presenta de inmediato a los dos personajes principales (¿sería más atinente hablar de presencias?) que habitan el libro: en primer lugar, desde luego, la narradora, la que escribe “de madrugada” (¿cómo llamarla sin caer en la carga peyorativa que arrastra el “yo poético” lírico?) y, en el lugar deslumbrante, la madre (el cuerpo vivaz, el cuerpo agonizante, el cadáver, el fantasma). La narradora lleva el mismo nombre que la madre evocada y ya en ese mismo nombre quedó establecida una identificación y un reflejo (“Cuando mi madre me llama / se está llamando a ella / y al final nadie sabe quién es quién en esta casa”). Después están: el padre (un hombre “de armas”, que sabe, presenta, explica y señala, un hombre de acción que se verá desarmado cuando el médico le que diga que no se puede hacer nada por su mujer), una hermana, dos hermanos, unos abuelos, unas tías.
Con textos de tensa conmoción que por momentos se desbordan en la prosa, con poemas narrativos en el mejor y más alto sentido, este libro se suma a la mejor corriente de la poesía actual, que en una ecléctica tradición (que podría rastrearse en la poesía oriental, en Pavese y en gran parte de la poesía estadounidense moderna) accede a la iluminación lírica, merced a la instalación de personajes y situaciones concretas. Una instalación concreta que en algún momento es descubierta y a la que el lector tendrá acceso gracias a la visión y revisión, gracias a un “volver a ver, volver a escribir en un mismo acto que devela lo oculto, mientras despliega el recorrido de su propia historia, con el convencimiento absoluto de que la vida no se repite”.
Fuente:


Germán Cáceres
Es el regreso de Irma Verolín a la poesía, que en 1988 había abandonado por la narrativa. Como declara en el prólogo, esa decisión “se me impuso de madrugada”, confesión que evoca la frase del comienzo del filme La hora del lobo (1968), de Ingmar Bergman: “es el momento (…) cuando los fantasmas y los demonios son más poderosos…”

El libro se divide en cinco partes, la primera titulada “Habitación”. Su poesía es sencilla y llana, sin virtuosismos ni alardes, pero en su núcleo abundan imágenes tan rutinarias como bellas (“ojos abismados y ningún resplandor que vacíe/ el profundo contenido del principio de la noche.”) Como se afirma en el nombrado prólogo, una narración –en este caso la convalecencia y el posterior fallecimiento de su madre- que se transforma en versos, como si fuera una exigencia exterior.

Cuando la poeta se pregunta “Qué es morir”, con inusitado candor e inspiración responde: “Irse a lugares donde los ecos de las voces se copian/ en una interminable secuencia/ y no hay quién escuche”.

Verolin revela que tiene la sensación de que los poemas se los ha dictado tal vez la voz interior de su madre o alguno de los duendes que pueblan las primeras horas del día. En esta parte abundan sus reflexiones sobre nuestro desenlace final y no escatima imágenes insólitas ni la meditación constante:”La muerte es una caja que se abre desde adentro/ hay que hacer mucha fuerza con el cuerpo/ con los pensamientos/ para que por fin se abra.”

Un tono melancólico predomina en “Antes”, su segunda parte. Esta modulación y el tema de la muerte, tan presente en “Habitación”, no constituyen impedimentos para que un poema, “La licuadora”, ensalce con gracia y sabiduría ese artefacto doméstico. Luego, en un tono juguetón trata sucesos cotidianos como la escuela, una simple compra de zapatos y otros recuerdos de su infancia. Es una zona autobiográfica, que a tramos se torna dolorosa.

En la tercera parte, “Hospital”, sostiene que “el tiempo/ ha dejado de transcurrir aquí/ las palabras molestan”. En suma, expresa el sufrimiento y la angustia que soportan los pacientes.

“Después” presenta páginas enteras en prosa donde enfrenta el duelo: “yo visito hasta el cansancio la muerte de mi madre: / un acontecimiento de relámpagos y escapatorias/ su cuerpo es testigo y protagonista, / también mis ojos”.

Por último, “Descendiendo la áspera escalera” se asume como un capítulo en prosa sensible y profundo que discurre sobre el dilema de la existencia y su implacable finitud (“Es tan larga esta escalera que hace montones de años que las dos la venimos bajando.”)
Fuente


Desde Boedo   (G.C.)
Es su regreso a la poesía, que en 1988 había abandonado por la narrativa. Como declara en el prólogo, esa decisión “se me impuso de madrugada”, confesión que evoca la frase del filme La hora del lobo (1968), de Ingmar Bergman: “es el momento (…) cuando los fantasmas y los demonios son más poderosos…” 
Su poesía es sencilla y llana, pero en su núcleo abundan imágenes tan rutinarias como bellas. También predomina un tono melancólico. Esta modulación y el tema de la muerte de su madre no constituyen impedimentos para que algunos poemas traten temas cotidianos. Por último, “Descendiendo la áspera escalera” se asume como un capítulo en prosa que discurre sobre el dilema de la existencia y su implacable finitud.

Ana Cecilia Blum  - poeta ecuatoriana residente en Estados Unidos
Un libro que quiebra, sobrecoge, entristece hasta la respiración. La ausencia y al unísono la constante presencia de la madre y su voz y su figura a través de las tuyas. La infancia fragmentada por las manos de la muerte. Los recuerdos que se arrastran a lo largo de los años y los decires en verso o en prosa, que suben y bajan la misma escalera del mismo tiempo, que en la memoria es uno solo, uno inmenso, que se junta con todo, que salta hacia el presente en cualquier momento. Es un libro bello, trabajado, depurado.

Enrique Solinas
"De madrugada es un libro autorreferencial. Esto quiere decir que parte de una experiencia personal, como disparador, para crear ficción. El tema central será la muerte de la madre en espacios (habitación, hospital) y tiempos concretos (antes, después), que sirven como estructura de unidad. Los poemas se agrupan bajo estas marcas y nos relatan los instantes previos a la muerte de la madre, la muerte de ella y cómo transcurrió la vida luego del suceso.
La voz poética que agita estas páginas presenta una condición particular: por momentos, el sujeto de la enunciación expresa desde su interioridad, la propia mirada sobre el mundo, con ojos de niño. En otros momentos, se aproxima a lo que en narrativa llamamos un narrador omnisciente. La combinación de ambos puntos de vista es un acierto y  resulta poco común en este género, produciendo así un efecto abarcador de los distintos estratos de lo que llamamos realidad.
Qué es morir, se pregunta el yo poético, qué habrá después de esto, se pregunta también. Y a lo largo de los poemas encontramos distintas respuestas posibles a lo inevitable, como si las palabras no pudieran nombrar de la manera correcta lo que sucede, lo que ha sucedido, lo que está por suceder. Ha de morir la madre, ha muerto,  volverá a morir una y otra vez, cada vez que leamos este bello libro, bello y conmocionante.  Cuando el sujeto de la enunciación dice a la madre, su voz aparece en los poemas y encuentra su refugio, casa construida con las palabras más sentidas del mundo, palabras que la nombran, para convocarla, en el aquí y el ahora, la recuperan, la cuidan, la acunan.
De madrugada es un libro precioso. Las distintas visiones que nos ofrece sobre un hecho puntual, como una cámara que avanza y retrocede en el tiempo, y describe el espacio con minuciosidad narrativa, aportan una nueva mirada sobre el acontecer poético, pleno en originalidad y en significación.
                       Extraído de la presentación en Casa de lectura. Buenos Aires  junio 2015
  
 Dolores Etchecopar
Irma nos cuenta que escribe De madrugada después de 30 años sin escribir poesía. En el prólogo nos da algunas claves de esta nueva irrupción de la poesía en su vida. Se pregunta por su voz: es la misma voz de sus primeros relatos?
Y ante esa pregunta nos dice que las modulaciones de esa voz se habían trastornado bastante al soportar la letanía del paso de los años. Aparece el tiempo y lo que esculpimos en él como diría Tarkovski ,  el trastorno que produce el tiempo vivido . Luego aparece  la sublevación, algo se había sublevado en alguna parte de mí.  Podríamos decir entonces que la sublevación de esa primera voz esculpida en el tiempo se hizo lenguaje y nos dio este hermoso y doliente libro de poesía verdadera.
Digo poesía verdadera porque así me alcanzó mientras lo iba leyendo. Es un libro que emociona profundamente, no desde lo sentimental, sino desde un estado de lucidez del corazón.
De madrugada habla de una madre fugaz por su temprana muerte y de una hija que permanece desde sus 5 años suspendida a la extrañeza incurable de esa desaparición. A partir de allí los poemas son preguntas que se extienden más allá de lo ocurrido penetrando  zonas de consternación y misterio que nos atañen a todos.
Entramos al libro por la puerta de una habitación en la que la madre muere. Habitación se llama la primera parte del libro, Hospital  otra, son espacios que se articulan en una tensión violenta, dolorosa, entre lo cerrado, que encierra y tiene el aire desgarrado por lo abierto pero inaccesible , ese otro lugar que no existirá para ella --- despedaza el aire de la habitación  dice la autora.  Ese otro lugar es también morir:  Qué es morir, me pregunto/ ¿que el cuerpo esté en un lugar/ y la voz en otro distinto?  Morir extravía la voz. La operación poética consistirá en unir el cuerpo a la voz, aunque esto solo suceda en el lenguaje.  Cómo quisiera introducirme en la boca de mi madre dice Irma en uno de los últimos poemas del libro, como si quisiera extraer con su voz la voz de la madre.  La voz inaudible que todo  poeta procura escuchar a través del ruido opaco de las palabras. Y hay una tercera voz que irrumpe ominosa, ajena, asoladora, alguien está hablando desde hace mucho/ alguien está hablando/ no es mamá/ tampoco nosotros/ habla una voz que se filtró entre las hendiduras del aire/ una voz llena de hilachas/ de agujeros. Una voz que no es de alguien, un soplo del abismo que horada todas las voces.
Del cuerpo velado y vedado se destacan las manos, las de mi madre que dicen ay  y  acarician el borde la  frazada,  y antes su mano de hija en la suya cuando aún caminaban juntas,  la mano zurda de la hija es una mano discontinua / mi mano izquierda sabe lo que mi madre desconoce,   mano de escritora, mano que se desliza sobre la hoja/ blanca…/escuálida..Aquí de nuevo escribir poesía se impone como un movimiento del lenguaje que incluye a la muerte, que no la oculta con el ruido de las palabras, que nombra el fracaso de todo decir ante ella, la mano de la escritora entra al silencio de la hoja, a su pobreza, lo hace con tropiezo y balbuceos, con incisiones en las preguntas que no tienen respuesta, balbuceadas por las voces de mi madre/ ahogadas por la perfección del rectángulo/ en su antiquísima vacilación .  La hoja en blanco también es un espacio que ahoga como la pequeña habitación donde se muere. En el texto que empieza con cómo quisiera introducirme en la boca de mi madre, habla de lo que impulsa su escritura hacia la poesía, cuando la poeta dice añoro ser una porción de ese silencio inmenso que guardan las madres en su interior, habla también de salir del ahogo y habitar ese silencio pleno que guarda el poema dentro de sí, cuando dice las madres huyen hacia un lugar del que se han perdido las coordenadas, habla también de la huida de los significados dentro del poema
Ante la violencia desorbitante que imparte morir la poeta ilumina con su linterna algunos objetos cotidianos que hablan. El borde de la frazada que la madre acaricia, los diminutos botones de su camisón, la siniestra frialdad de un picaporte que da paso una y otra vez a la habitación sin salida. Los zapatos para ir a la escuela , la promesa inalcanzada de ser un par, de ser dos y no uno solo imaginando al otro, zapato huérfano, impar e incorrecto como  lo que la madre dice a la hija, lo maravilloso de los zapatos (…) es que vienen juntos, nunca solos, serán dos, dos zapatos conformando la maravilla de lo que comúnmente se llama “un par”. Esos zapatos nunca calzados se desvanecieron para siempre en una luz enceguecedora que no dejaba ver los ojos de la madre.  La máquina de coser a pedal es otro de esos objetos cotidianos que nos hablan. Es el ruido que no deja oír la voz,  ese pie que se abanica una y otra y otra como si la máquina fuese una cuna en la que mi cuerpo no está .  La madre cose en una piecita junto a la hija que escucha cómo esa máquina puntea la enormidad del silencio que nos engulle, otra vez lo enorme devorador y lo pequeño, ahogado y mudo. ¿Ese ruido era su voz? pregunta la poeta. El repiqueteo de la voz muda de la madre que cose una tela escurridiza (…) que se le escabulle sin cesar entre los dedos.  Se le escabulle como la vida, como la voz que no se escucha. La voz de la escritora golpea la voz inaudible de la madre como una puerta que no se abre, cómo entrar si el nombre de la madre es el nombre de la hija?  cuando mi madre me llama/ se está llamando a ella.
Y luego aparece el vestido de la madre, la memoria retuvo más el vestido que los rasgos o la voz, si la pollera de mamá no flotara delante de mí no sería lo mismo. Nada sería lo mismo.  El vestido  flamea como un señuelo del abismo que absorbe a la madre y a la hija , un abanico de colores que no tiene principio ni fin. Tuvo que prenderse fuego el vestido para que aparezca fugazmente el cuerpo de la madre, el cuerpo y la risa. Luego la hija irá tras el  vestido ondulante que flota  inasible como una gran mariposa hipnótica que se disuelve en la luz de una calle, de una escalera.
 De los espacios cerrados de las habitaciones se sale con la imagen de la madre y la hija descendiendo una escalera, ese objeto infinito si lo hay , abierto y cerrado a la vez, puro tránsito, pura pregunta que no se extingue, movimiento y quietud seguir descendiendo la escalera, hacia ninguna parte, así el poema, así la voz sin fin devorada y renacida. Y lo más extraño es que mi madre no se canse y que yo siga teniendo siempre cinco años.
Acercar palabras a lo inexplicable, de eso se trata la poesía, no?
                     Discurso de presentación en Casa de Lectura- Buenos Aires abril 2015

"Revista Hablar de poesía" Nº 34


El sol que nunca sale   Por Cecilia Romana
                     Irma Verolín, De madrugada
                     Ediciones del Dock

   Se esboza una explicación en el prólogo del libro. Una página y media que intenta desentrañar la forma en que se desarrolla De madrugada. Su título, esa obsesión por describir lo que pasa o pasó, ese prurito de escribir poemas porque algo pasa o pasó. Verolín explica que empezó a despertarse de repente y que necesitaba escribir. Cada vez más y más temprano, de madrugada. Y uno piensa que todo lo que se hace de madrugada se hace con la esperanza de que salga el sol, como para ponerse un término, una regla, una llegada después de la partida, un fin. Lo más melancólico se hace de madrugada y quizá también lo más urgente. Tal vez haya una mezcla de esas dos cosas en estos poemas de Irma Verolín: melancolía y urgencia.
   El libro tiene cinco partes: “Habitación”, “Antes”, “Hospital” “Después” y “Descendiendo la áspera escalera”. Cada una de ellas es n estadio en que se reparte el dolor extremo de una pérdida, una ausencia avisada con anticipación, pero vista desde la temporalidad de una niña que solo podrá procesar la idea de la muerte muchos años después.
   Se habla de una madre. Una madre que se está yendo.

                 Todos aquí 
                 nos asomamos al futuro de mamá…
                                                                     (p. 15)

    Una madre que fue, sin serlo, apegada a su hija, en contraste con un padre estricto. Una mujer que aparece como la única cuerda de la que agarrase en medio del naufragio, una cuerda que irremediablemente va a cortarse pronto.
     Verolín hace de su familia una leyenda que se cuenta desde casi el final. Diríamos que todos sabemos al comenzar el libro que esa madre va a morirse, que va a dejar a sus hijos con un par de últimas imágenes de la vida demasiado parecida a la muerte, una vida de habitación banderola por la que se cuela un aire que solo puede respirar la que va a dejar de respirar de un momento a otro.

                Despedaza el aire de esta habitación      
                donde todos respiramos mirándola a ella
                que acaricia el borde de la  frazada y habla.
                                                                                           (p.17)

   Una pequeña legión de niños que observa la lenta partida de una mujer, Y una hija que se pregunta si la muerte es una caja que se abre desde adentro, y si el cuerpo tiene que hacer mucha fuerza para conseguir morirse, para entrar en esa caja.
    En ese juego de reglas propias llamado familia, entra en escena la enfermedad con papel preponderante. Cada cual tomará su rol según le corresponda. El padre, un hombre que Verolín pinta como invulnerable y rígido, tampoco sabe muy bien qué hacer, pero hace lo que puede. Esa contradicción entre la forma en que se comportan los humanos en la vida diaria y cómo lo hacen en una situación límite, está muy presente en De madrugada.
   Si bien Verolín escribe básicamente sobre su madre, hacia el final se empeña con la figura de su padre y también con la de su abuela. Pero ya en “Habitación” dice:
      ¿Qué es la muerte?, le pregunto       
      él no dice una sola palabra 
      sólo se queda mirando la puerta  
      en la que brillan los cristales y la banderola.
                                                                                (p. 23)


   Las preguntas se suceden en una constante: la memoria de una mujer que recuerda haber sido niña y haber sufrido. Pero ahora es adulta, e igualmente sufre. Por eso, tal vez, los poemas más fuertes del libro estén en su primera parte, en esa habitación donde la enferma respira sus últimas bocanadas y los hijos miran y piensan, piensan y miran. La hija mira y piensa.

        Qué habrá después de esto.
        Días y días acumulándose   
        unos encima de otros en su igualdad tramposa
        en sus disturbios
        dentro de esa habitación donde mamá sigue respirando.
        Del otro lado del cristal de la puerta  
        de la banderola
        del picaporte ampuloso
        qué habrá para ella
        para mí
        cuando esa habitación deje de ser la cápsula del tiempo
        y la muerte llegue para desabrigarnos
        de una buena vez.
                                                                            (p. 24)

 La habitación es una cápsula donde los sentimientos pueden desarrollarse en su inquietud y desesperación. La muerte de la madre augura otra cosa: el fin de un tiempo, la transformación completa del espacio, la corrida del punto central donde una niña pone su atención día y noche.
   La muerte es algo que ocurre para los que se quedan. Para los testigos.

            Morir por lo visto    
            resulta una tarea complicada 
            requiere de testigos
            de una puesta en escena
                                                             (p. 27)

    Más adelante en “Antes”   -aunque parezca un despropósito ir de atrás para adelante-, aparece con más fuera la idea de que existen los demás: la hermana mayor, por ejemplo: “un espejo insoportable/los ojos de hermana mayor”. Y la pérdida se convierte en algo colectivo. La pérdida empieza a teñirse de otros colores, tal vez más acordes con la violencia que con la tristeza.

         Mi padre entra con cara de furia 
         encierra a mi hermano mayor en la piecita de los patos
         y le pega.
         Nadie se opone. La disciplina es el árbol de la vida.
         Mi hermano no se queja  
       comporta como un hombre
       sólo se escucha el repiqueteo de los latigazos.
                                                                                  (p. 46)


  Así, el libro varía en la mirada, sostenido en un ambiente nítido y una línea poética que la autora lleva adelante con coherencia. Los olores, los sonidos, la vista de los espectáculos que ofrecen los enfermos, ese ritmo que marca la vida en contraste con la muerte, el ritmo de la tos de la respiración, parecen ser el hilo de donde quedan suspendidos los poemas, que dejan al lector una sensación dispar luego de leídos: mezcla de tristeza y alivio. Tristeza por la muerte y alivio porque ya pasó.
                                                                  Alción editora. Buenos Aires noviembre 2016




Revista "La marea" Nº 44 
RECURRENCIA CONMOVEDORA:

IRMA VEROLÍN. De madrugada. Del Dock, 2015// En este primer poemario de la autora reconocida hasta ahora por su obra narrativa compuesta por cuatro volúmenes de cuento, dos novelas y varios libros de literatura infantil, obra que obtuvo diversas distinciones, entre ellas el Primer Premio Internacional de novela Mercosur y el primer Municipal Eduardo Mallea por su novela “La mujer invisible” (inédita). Todos los poemas de este libro abordan desde diversos ángulos, la recurrencia confesa, un puñado de escenas del mismo asunto: la muerte de la madre. “Como en los grandes viajes donde las cosas se ven/ al  mismo tiempo por primera y última vez/yo visito hasta el cansancio la muerte de mi madre:/un acontecimiento de relámpagos y escapatorias/su cuerpo es testigo y protagonista/ también mis ojos (pag. 74). Con ritmo calmo carente de altibajos y lenguaje transparente, desprovisto por completo de efectismos, la mirada poética ronda insistente ese “acontecimiento” como en procura de dilucidar un enigma íntimo. Y el resultado es conmovedor, aún en los momentos de descripción distanciada o cuando el verso cede por momentos lugar a la prosa como en estas líneas: “La juventud de mi madre bajaba la escalera (…) es tan larga esta escalera que hace montones de años que las dos venimos bajando. Y lo más extraño es que mi madre no se canse y que yo siga teniendo siempre cinco años. Hay cosas que nadie logra explicar, cosas que forman laberintos en la enramada de los hechos, cosas muy raras. Y esta es una de ellas”
                                                                                            Buenos Aires, último trimestre 2016


Paulina Vinderman
“Un libro hermoso y entrañable.”

Susana Szwarc
Poemas que parecen dolorasamente hermosos.
Me gusta muchísimo el que empieza con "Aire y voz" y por supuesto los otros, 
También es antológico el verso: “Dios no construye líneas rectas”
Me gustó muchísimo el prólogo también.


Mario Capasso
Tanto en tu narrativa como en su poesía, el acontecer de lo cotidiano es la materia prima de sus textos, pero luego esa materia es elaborada, trabajada por el uso del lenguaje y, a través de ese trabajo, llega el valor agregado de la instauración de los distintos sentidos que la lectura de los textos proponen al lector, que debe estar atento a estas señales, a veces mínimas, que lo llevarán a disfrutar de un recorrido de final incierto, como debe ser en literatura.

Luisa Peluffo
Un libro conmovedor por su arraigo a la palabra, por cómo  fue transmutada la experiencia en materia poéticaPoemas como “Mi madre ha repetido su nombre en mí”, “Descendiendo la áspera escalera” y su comienzo: “La juventud de mi madre bajaba la escalera…” (y muchos otros) me han quedado resonando…


Marcos Silber
El libro tiene para mi la grandeza de la palabra que honra a la poesía. La dignidad de lo simple con la riqueza de lo profundo y trascendente. Es la clase de poesía que señalo como la del alimento de mayor valor calórico.
De Madrugada me emocionó mucho y  me provocó esa infrecuente felicidad de dar con trabajo superior. Es aporte rico, es contribución a la salud de la literatura.

Orlando Van Bredam
Es la voz inconfundible de Irma Verolín, los mismos temas, las mismas obsesiones, pero el poema le  permite cerrar un texto con logradísimas metáforas y provocar un impacto en el lector. "morir se parece a un juego/ que estuvo mal inventado desde el principio" es todo un epígrafe para cualquier gran libro.


Marta Braier
Me gusta mucho. El tono, cómo se desliza, tan naturalmente
una voz que susurra
esa tu voz que tanto conozco y admiro

Hermoso libro! Conmovedor y lùcido viaje a la muerte de una madre. No se lo pierdan!

Un libro diferente a todos, en el sentido de mejor. Pero más que eso. Las palabras sobran.


Jorge Ariel Madrazo
Leí, en estado de ingravidez, 'Habitación'. Y tuve que frenarme ahi. Ya sé que tenía  que seguir, que este libro es un cuerpo orgánico, sospecho que un solo texto escandido entramos. Y antes, claro, había leído ese prólogo deslumbrante. Yo sé muchísimo de desvelos y estados intermedios, incluso desde muy joven. Todos esos estados, que describís tan bien
al contar cómo volviste al pecado de la poesía -que nunca abandonaste, tu narrativa es 
altamente poética, le debe mucho a la intuición y a la magia-, unidos a una lucidez y ternura
conmovedoras y a una pluma llena de matices, se dan cita y se potencian en 'Habitación'. 
Me quedé tan movido, tan tocado en el centro mismo del corazón y de la memoria (incluso, de
la premonición) que necesité detenerme ahi. Y después de un largo rato, como niño grande que uno es, deseé saltar al final. Y junto con vos-nena y con tu madre y su vestido floreado, el niño que soy descendió la áspera escalera. Y estoy fascinado.


Héctor Freire
"De madrugada”, es un bello y a la vez desgarrador único poema. Con alternancias lírico-dramáticas, y momentos narrativos muy intensos. Me pareció muy logrado e inequívoco “Hospital”. Y muy especialmente el final: “Descendiendo la áspera escalera”. También “Habitación”. Acto de escribir más agonía de una madre que se va. Qué es morir, me pregunto/ ¿Qué el cuerpo esté en un lugar/y la voz en otro distinto?.......y no hay quién escuche.. O ….y la distancia se convirtió en la medida de cada una de las cosas, del poema “Después”. En fin.. Irma, sinceramente te felicito por tu logrado libro de poemas “De madrugada”. Espero poder charlar mejor tus textos, que dan para mucho más. Y de forma no tan impersonal y limitada como este medio. Nos debemos un café.

Clelia Bercovich
Sólo una escritora extraordinaria como Irma Verolín escribe del borde desde un borde; del mismo modo raro sucede a veces, que un sueño sueña que es un sueño que se está soñando.

 Daniel Calmels
Hermoso  libro, me encanta la presencia del cuerpo de la infancia en sus escritos,  cuando lo leo y me dan ganas de seguir escribiendo desde el mismo texto.


Nancy Montemurro
Un bello y conmovedor libro que nos invita a entrar a la intimidad de una historia familiar desplegada en el borde exacto de los abismos de lo incomprensible.
Entramos a través de las palabras a las habitaciones de una casa para percibir en todo su efecto  las luces y sombras que en ella se mueven, mientras una mujer yace en su lecho de muerte. Pero quien entra es absorbido por el silencio que se multiplica en espejos y se resignifica  para que las voces sólo digan lo impreciso. Es que los silencios, lo que no se dijo, lo que no se nombra,  nos acompañan en  ese proceso letal. Palabras que no dicen nada, silencios que nos matan.
Sólo un nombre se repite, Irma, como una insistencia del ser que pretende burlar las reglas del destino. Irma tiene ahora la palabra que antes se escapó entre vidrios y banderolas como la luz, como la vida.
Por suerte nos acerca  con ella el color de nácar de los botones del camisón; los colores vivos del vestido que ondula mientras su madre baja la escalera; la juventud y la seducción de una mujer a la que se debería volver a entrar, en ese sueño de inmensa regresión, para recuperar el propio nombre, nacerlo de nuevo y así recuperar la vida y con la vida los colores bellos que nos traigan nuevas respuestas.


Antonio Requeni
“Un libro original y hermosamente triste, una historia familiar revelada con crudeza, sin almibaramientos, sobre la que flota el doloroso misterio de la muerte. Y del amor. Hurgando en los secretos del lenguaje - de la memoria- Verolín ha dado cuerpo a un texto de lúcida y entrañable poesía. En la contratapa del libro se habla del proceso de su escritura, sin rechazar ese comentario yo prefiero dar prioridad al estremecimiento que las palabras crean a través de las imágenes, metáforas e insoslayables hallazgos. El verbo como emoción. Eso, y no otra cosa, es para mí la poesía. Y “De madrugada” me lo confirma,”


Claudio Archubi
"De Madrugada": debo decir a su favor que tiene momentos de lucidez y potencia dramática que me han provocado deseos de volver a escribir narrativa. Destaco esos momentos en prosa de intensidad onírica y simbólica que te conectan de inmediato con el misterio de la existencia desde las situaciones cotidianas. Astucias de una narradora lúcida que no ignora cómo suscitar un clima de extrañamiento poético. Muy nítida la imagen del padre militar. Celebro la imagen del viento de la Historia, en la página 49, que yo también me vi tentado a usar ya en dos libros. Tal vez nos hayan llegado los ecos del Ángel de la Historia, de Walter Benjamin. La máquina de coser (¿Singer?) me trajo el recuerdo de mi propia madre y el de mi abuela, que siempre la usaron cuando yo era chico y su sonido todavía gravita en mi inconsciente. Pero la imagen simbólica de la escalera es la mejor de todas y está muy bien elegida para cerrar el libro. Intensa e inquietante, sin que ese texto pierda el carácter conmovedor.


Martín Alvarenga
 Es un libro bellísimo, literariamente es un acierto total.

Álvaro Poe Olmedo

 Hay una muerte que convoca de manera vital y descarnada. Y osada, infame, se atreve a preguntarnos: ¿Qué es la muerte?

Y hay intentos. Solo intentos de respuestas porque los que tienen, ya no están.

Pero en “De madrugada”, hay un antes y un después. Hay una vida a borbotones. Y hay una poesía que surge a borbotones. Hay desgarros y hay belleza en el desgarro. En la Obra (con mayúscula) hay una hondura que impresiona (me tiento de decir que sacude). Hay un diálogo entre dos mundos abismales. El de todos los días de los días y el de la noche que no vemos.

Invito a la o a las lecturas posibles de “De madrugada” de Irma Verolín. Aseguro que será una experiencia estremecedora.




Marcelo di Marco
https://www.youtube.com/watch?list=SRescritor%20Irma%20Verol%C3%ADn&v=czigcSfIjEc



    “Los días”. Editorial de la Fundación Victoria Ocampo 2015.
Poemas agrupados en tres partes: Gestos, Zoo cercano y Los días. Objetos y elementos cotidiano, lo fragmentario de la focalización de la mirada en la primera parte, animales domésticos  -gatos, perros, arañas, peces, pájaros- en la segunda y en la tercera la cotidianeidad en la intimidad de la casa y en el espacio de la ciudad.
El libro obtuvo el Primer Premio de la Fundación Victoria Ocampo “Horacio Armani” 2014.

            



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sobre un poema de este libro:
https://www.youtube.com/watch?v=zSgxhckZ3cg
           



                                                      
RESEÑAS Y ABORDAJES CRÍTICOS SOBRE "Los días"

María Esther Vázquez
Las cuatro decenas de poemas de Los días de Irma Verolín seducen por una suerte de ternura en la mirada hacia las cosas cotidianas: una taza de  té, una cucharita plateada, la mesa… ternura teñida de curiosidad e indulgencia cuando la mirada se vuelca hacia el zoo cercano que abunda en nuestras casas: gatos, perros, la inasible presencia del agua en la pecera, los pájaros que bajan a las veredas, la mosca indeseada o la araña que se esconde. La cara del gato reflejada en el vidrio de la ventana es tan importante en los días que se suceden como los vientos de otoño o la mano sobre el mantel.
  Pero  es en la tercera parte del libro,  “Los días”, que da título al libro, donde la densidad dramática se afianza: “días a la intemperie”, “días para cerrar los ojos frente a la luz” y donde a pesar de las trampas que nos acechan hay lugar para una ironía –no por liviana menos ácida- como en el poema “Mi amigo me llamó esta tarde por teléfono”.
   Poemas para leer con pausa y volver a ellos buscando esas líneas donde la belleza cautiva nos impresiona como una marca indeleble.”

   
María C. Tolosa
Los días está separado en tres partes: “Gestos”, “Zoo cercano” y “Los días”, última sección que le da título al libro. Los objetos, los animales domésticos y  las mínimas acciones de la vida cotidiana se han vuelto reveladores. Han estado siempre allí, pero ahora se trata de acercarlos a un primerísimo primer plano. Se trata de captar el mundo, como decían los formalistas rusos, desautomatizando la percepción, quitándole lo repetitivo y mecánico, se trata ni más ni menos que de descubrir en lo común, en lo ordinario, en lo aparentemente intrascendente, su rasgo de originalidad. Es fácil detectar que hay un intento de depuración de la palabra, se busca despojarla, desvestirla. Las dos primeras partes se caracterizan por el silencio: los gestos son el lenguaje mudo de un cuerpo, los animales no hablan. En la tercera parte se produce un cambio con respecto a este enfoque, allí aparece la palabra en la voz y en la escritura. Se vislumbra un concepto de  escritura entendida como un proceso de apropiación del tiempo, la escritura se convierte en una conquista del tiempo. El tiempo, en tanto misterioso y escasamente definible, sólo puede ser captado mediante la creación de metáforas. Se trata de un tiempo que es todos los tiempos, porque se da en forma simultánea como en “Domingo” o “Casa de Ana Frank”. Escribir entonces como si se intentara volver a mirar con otros ojos lo que ya que ya fue visto. La escritura poética es el acto de producir pensamientos sensibles mediante una mirada que atraviesa el mundo teñida por la propia subjetividad y que, por supuesto, no se ancla en la racionalidad,  algo parecido a lo que ocurre con la palabra al surgir en la página, aquello borroso en la propia interioridad se vuelve de pronto legible, se manifiesta, la escritura  poética  se convierte en expresión de lo oculto mediante un proceso de avance y retroceso en un espacio bidimensional que cobra espesor y tridimensionalidad. La palabra escrita instaura la dimensión de la hondura. Escribir como revelación y búsqueda de conocimiento, claro que sin una cuota de no saber, de ignorancia este proceso no tendría cabida, el no saber es el impulso, el motor, la zona oscura que termina iluminándolo todo. Lo oscuro entonces ilumina. Cuando hablamos de la noche o de la muerte, quizá estamos refiriéndonos a eso. Se podría afirmar con respecto a la poesía de Irma Verolín que trabaja enfáticamente el lugar del yo, un yo que no se celebra a sí mismo, lo que no es ninguna originalidad pero sí tal vez en ese marcado carácter antiwhitmaniano, se diría que estamos frente a un yo que reniega de sí mismo y a la vez es un yo con una fuerte centralización, un yo en situación incómoda con el no yo entendido como el mundo, el afuera.  Un yo que aparece travestido en gestos, objetos, animales y que en su búsqueda de definición realiza un recorrido fuera de sí, se proyecta hacia fuera en el ámbito próximo, en vez de funcionar como espejos estos elementos son transposiciones de un yo vacilante, fragmentado, que aspira encontrar su identidad, su sentido de unidad.  Además estamos ante una poesía de territorialidad, definida por la pertenencia a un determinado espacio, la casa, el  sitio propio, el barrio, la ciudad, según el texto, el espacio configura intensamente y es probable que esta marcación espacial determinante esté producida por ese yo que busca contornearse a sí mismo, un yo malcriado, un yo en fuga hacia un afuera que no lo contiene, un yo en estado de incertidumbre, un yo que busca convalidarse, que quiere saber quién es.  Podría afirmarse que los cuerpos que aparecen en estos poemas –sean humanos o animales- son cuerpos en estado de asombro. Esa es un rasgo de la escritura de Verolín: la perplejidad, el estupor del narrador  que da la impresión de hacerse extensiva a la del sujeto de enunciación de su poesía, hay un asombro casi inaugural propio del que apenas se está mostrando al mundo. Por otra parte los objetos, los cuerpos, los seres de otros reinos naturales son lentes que muestran el mundo que los contiene, son algo parecido a partes de un holograma en el que la más pequeña de sus unidades reproduce la totalidad. Y  eso que da testimonio como fragmento de una totalidad sólo puede ser captado a través del asombro. En la extrañeza del asombro se repliega el germen de la creación.

Héctor Freire
“Es un muy buen libro de poemas. La autora ha podido extraer de lo cotidiano y hogareño-íntimo, momentos intensos y luminosos. Me interesó muy especialmente los textos sobre gatos,  perros, y mosca incluida . Además, creo  que "Los días", se ajusta a aquella paradoja poética:" son poemas ricos, porque son pobres". O sea, no son ricos por lo mucho que poseen (grandes metáforas, abuso barroco de imágenes, estéril retórica, etc, etc),  sino por lo poco que necesitan para existir. En fin, y a diferencia de la tendencia general de la poesía argentina, tus poemas poseen: "mucho fuego, y poco humo".



Ricardo Herrera
“Me gustó, es un buen libro. Hay una especie de plenitud de la pobreza en sus páginas, una intensidad de lo humilde, muy natural, sin afectación; conmueve la aproximación a la pura y simple circunstancia de la soledad. Complementa al libro anterior- “De madrugada”- , muestra la escena en la cual fue escrito.”

Patricia Severín - Diario El litoral de Santa Fe

Los gatos se pasean por la casa al igual que las cosas. Lo cotidiano que da vida al mundo del adentro. Y de repente, esa paz difusa instalada en el hogar, se quiebra con la entrada de una mosca o una araña o el haz de luz que baja a iluminar cada fragmento, y se posa con insistencia, se refleja, penetra, se expande, se retrae: “y la luz/cae sobre la escena/casi perpendicular/como si no existiese otro lugar en el mundo/donde caer tuviera sentido.” Y también: “Y la luz lo sabe”.
¿La luz da vida a las cosas o son las cosas y los seres los que la justifican? Quizá, sea un ser omnipresente que se derrama sobre el mundo, sobre los recortes del cuerpo. Una mano, los ojos, el pelo, las uñas, forman la totalidad que no se nombra -pero se descubre-, a través del rompecabezas de las partes. Así es el universo de la poeta: retazos dispersos e iluminados que no intenta unir, y que se guardan con celo en una casa edificada en la colina. Su propio cerco y amparo enclavado en medio de la gran urbe.
Los ojos se encargan de registrar los minúsculos acontecimientos, cada movimiento leve, ese acto insignificante de puertas para adentro, que se llena de la magnitud del día. Son los ojos abiertos o cerrados- los que prevalecen y se imponen, porque al igual que la luz y la mirada, ellos saben.
La comida se ubica en el medio de los miedos; se interpone como muralla. Dulces que bajan de las alacenas y se dejan comer: “alimentos/ blancos/sagrados/me resguardan de entrar en el gran salón/de los miedos”.
Cucharitas, pantuflas, desayuno, puertas, vasos, hueco de la mano, meza y taza, mantel, gatos, pan, polleras, libros, pájaros, peces y perros escuálidos, son vitales a la hora de escribir el poema, vitales porque deambulan en ése ámbito cerrado que pocas veces se abre hacia el afuera. Y cuando la puerta cede, la lluvia trastoca el universo que no corresponde a la intimidad.
Con su amigo hablan por teléfono nadie entra al lugar sagrado del hogar, excepto los animales y las cosas elegidas-; hablan de otros amigos, de escritos y escritores, de lugares espaciosos como los patios; y callan otras cuestiones: la madre, los lugares de la infancia, el infortunio. “Nos espiábamos unos a otros/entre paredes delgadas hechas con franjas de luz”. Espacios en donde la luz no llega, donde la oscuridad se hace plena, tangible y total, como cuando la madre muere. “àme diría que acaba de morir mi madre/pero el silencio es lo único que existe aquí/ sólo mi mirada de niña se desteje/en la ya/constantemente repetida/profunda/profundísima oscuridad.”
Pero la luz es un ser poderoso que disuelve la negrura: “La oscuridad envuelve al vaso/pero el vidrio relampaguea”.
El bordado de cada uno de los días, sobre los retazos y el rompecabezas, dan por resultado la vida que cada uno elige vivir, cuando la luz se derrama sobre las cosas amadas. “De pronto/pude ver grandes círculos/de luz dentro de los almanaques/un sitio blando/donde apoyar mi cabeza y descansar”.
Este libro de Irma Verolín, “Los días” -Primer Premio Poesía, Fundación Victoria Ocampo 2014- tiene vasos comunicantes con el primero de sus libros de poesía, “De madrugada”. Aunque en éste último las figuras centrales son el padre, la madre, la niña, y la muerte que sobrevuela la vida familiar, el adentro cobra relevante significación al igual que las cosas que se observan y se detallan como en “Los días”. Lo nimio, lo mínimo, el detalle. Y en el afuera quedan los médicos, el hospital, el cuartel. También habita la luz, y las palabras que se dicen y que no se dicen. ”Ni luz ni oscuridad/ paso intermedio entre un mundo y otro”.
Verolín ha forjado la voz de su poesía en un mundo íntimo y cerrado, en donde el dolor se transforma en palabra, para dejarse ir como un suspiro hacia una lejana reparación que quizá aún este aguardando.

                                                                                                    Santa Fe 9 de julio 2016

Marta Braier

Es un libro muy logrado, preciso, conmovedor. En el apartado,  "Zoo Cercano" , los  poemas "Alimento" y "Perro que ladra", horadan la fragilidad de la vida con el esplendor de la auténtica poesía, me llegó mucho la observación estremecedora de lo inasible- cotidiano . 


Suplemento Literario de la Gaceta de Tucumán
       
   San Miguel de Tucumán   22 de noviembre 2015




   Paulina Vinderman
Los poemas de “Los días demuestran tu maestría para lograr epifanías de lo cotidiano.
Tu mirada es muy lúcida y también llena de ternura; admiro esa mirada y me confabulo con ella.

Leva Cosanovich: 
 " Un libro, exquisito, intimista, hecho de instantes cotidianos, totalmente despejado de palabras con prestigio poético, apoyado en imágenes de una quietud a la mano, es decir, del hogar, lo que no está, sino que es y te completa. "


Liliana Lukin:

“Es un libro inteligente, intenso, sutil, y sosteniendo tus temas de casi siempre, es un hermoso libro, ideas y torsiones de las ideas, y bello.”

Silvina Vuckovic:

"Un puente cuelga desde la superficie de las cosas hacia el ojo que traduce. En la poética de Los días, Irma Verolín tiende un mantel sobre una mesa y remite a la horizontalidad de la vida, como si estuviese muerta, dice. Se quiere ver, en la lectura, la costura del pensamiento que gesta al signo. Se quiere y se deja ver, mejor dicho. Lo diáfano tracciona del decir. Se intuye una intencionalidad pertinaz de recuperar lo situacional, lo que se instala en la materialidad de lo cotidiano; sin embargo, no puede evitar la llegada de la mirada al reverso de lo tangible. Es ahí donde el significante de su poética se amplifica hasta la infinitud de la sugerencia. Verolín sugiere con esponjosidad de pisada felina sobre las palabras, de esa manera liviana y limpia. Ella lo advierte -tal vez sin querer, si acaso el querer se acomoda exclusivamente en el confort de lo racionalizado: demasiada intervención perjudica el orden de las cosas. Por eso es poeta, cabal. Porque la poesía -sospechamos- domina el ajedrez verbal del juego entre la opacidad y el desnudo. Así lo dice: traigo palabras escondidas para casos de necesidad.

Sobre Los días, poemario con que obtuvo el 1° premio de la Fundación Victoria Ocampo en 2014."





                                                                


"Árbol de mis ancestros", Editorial Palabrava. Santa Fe 2018

El libro consta de cinco partes.  En cada una de estas partes se crea  una dimensión donde principalmente son los  personajes los que se constituyen en el eje del poema: las niñas, las abuelas, los hombres, la soledad, el propio yo contemplado desde afuera o dividido en estado de disolución.




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Dos poemas de este libro: https://www.youtube.com/watch?v=WhBpfAe54qk.....................................................


Texto de contratapa:
A través de fragmentos, recortes de la memoria, figuras familiares -recordadas o imaginadas-, Irma Verolín arma cada poema para construir (o reconstruir) su árbol familiar. ¿Un yo fragmentado es capaz de hacer con su voz lo que fue tragado por la ausencia? ¿Lo vivo está vivo y lo muerto definitivamente muerto? Quizá al recordar (pasar otra vez por el corazón) el pasado sea una materia maleable y pueda ser modificada.

La separación entre el afuera y el adentro, hace que el mundo sea aquella inmensidad que pone límite a lo íntimo y subjetivo. Frente al espacio cerrado -y aparentemente quieto- de la evocación, el yo se multiplica y se desdobla. Mientras que el tiempo, la obsesión por el tiempo, atraviesa el libro como materia de la vida e invita al lector a sumarse en éste recorrido en donde podrá, sin dudas, identificarse con sus propios ancestros.


Texto de Mónica Sifrim

   En “Árbol de mis ancestros” el último libro de Irma Verolín las imágenes emergen del texto de una manera tan espontánea y vivaz que podríamos tocarlas en el aire. Los seres que perdimos y todos los que fuimos eran, ante todo, cuerpo. No es la presencia abstracta de la bisabuela la que importa sino sus manos que avanzan sobre el mantel de hule, las manos de la madre “que no son como las mías”,  dice la mujer que  dice “yo” en estos poemas. Del pasado nos  hablan las partes de esos cuerpos y también las telas que los visten y entreveran, los delantales, los calcetines tejidos, el hilván, los trapos húmedos. Es decir,  Verolín alude al género en todos los sentidos posibles: el literario, género poesía, el género mujer, el género  autobiográfico, el género como sinónimo de tela, como suele decirse Verolín tiene tela de poeta y también  sabe cómo cortar toda la tela que le ofrece esta saga familiar. “Árbol de mis ancestros” es un libro trabajado obsesivamente, artesanalmente, casi como lo haría una costurera que se quedara despierta toda la noche para finalizar el trabajo que le han encomendado. En ese sentido este libro zurce los retazos que se han recuperado de una genealogía triste, poblada de orfandades. Y es como una negra y lustrosa máquina de coser,  como el poema de la página 35 que dice: “la máquina y yo hemos sobrevivido”, ambas, Irma y la máquina,  se ocupan de enhebrar, desenhebrar, dobladas bajo una lamparita amarilla.
  Aparecen algunas figuras masculinas: El abuelo que tenía mano para las plantas, el padre, al que los demás recuerdan siempre joven, porque “morirse joven   -dice- es lo mismo que haber filmado una película en Hollywood”. El hermano es de pocas palabras hay que hablar por él y buscarlo porque desaparece varias veces.
  En este libro  Verolín trabaja con la memoria hojaldrada  que se atribuye a la obra de Proust y a su percepción, la percepción hojaldrada. La  pérdida, la muerte, la desaparición no ocurren una vez, ocurren en diferentes tiempos, en diversas napas y reverberan.
  Hay poemas que trabajan el diálogo imaginario como el primero: “De qué está hecho mi cuerpo?, pregunto. De lo que quedó/ del cuerpo de tu madre, me respondo/  “De qué está hecha la luz?/ De palabras, me responde la luz,”
   En ”Nacer otra vez” afloran intensamente los impulsos oníricos. El sueño de dar a luz a la hija, es hacer nacer la propia creatividad. En “Aro de hula hula” se dan saltos circenses para cambiar de vejez a juventud y viceversa. La niña desaparece de un salto de sus piernas flaquitas. Salta y se aleja de la anciana que será o se acerca a ella. En el poema que sigue, el nombre -el nombre propio- cobra vida de modo independiente, “se ha desprendido de mí y me llama”, dice la autora.
   Más adelante  hay un texto en el que se cuestiona el orden natural de las cosas. “Nací para desordenar el mundo”, dice en la página 11. El orden se deshilacha como tela vieja. Todo lo que se haga después contribuye a profundizar la herida. Y lo único que puede sentirse es la herida propia en la carne y el alma.
Cito: “La niña soy yo / y no hay nadie más que yo/ dentro de la palabra yo.”, dice un fragmento de ecos abiertamente pizarniakianos en un libro que parecería, sin embargo, poco solitario, tan poblado de casas, de nombres, de cosas y de seres. ¿Qué se hace con los antepasados?, parece preguntarse Irma Verolín y a veces lo responde con un dejo de humor. Las abuelas metidas en una cajita con cabellos, uñas, babas, piden más y más y hablan con voces extranjeras. Una, incluso, tiene manos que se mueven para hurgar en la memoria.
  Los gestos predominan en este libro como ese gesto de mover las manos arriba y abajo, de sujetar a los hijos por los tobillos, de dictar para que la biznieta escriba una carta a los parientes, con voz triste y espesa.  Se mueven las polleras largas para caminar a través del campo. Y cuando se nombra el campo los poemas se abren a la idea de país y también se abren al mundo porque se trata de mujeres que viajan. Los olores predominan en este libro, la cocina, el pan casero, las rodajas de cebolla y no dejan de aparecer más y más personajes, las tías de zapatos chuecos, las primas que no se pierden ningún entierro, la hermana ideal a la que se imagina con una gardenia en el pelo. La última sección se centra en el “yo” que se concibe como silla vacía que pintó Van Gogh o como mujer que se la pasa huyendo de la escena, “Árbol de mis ancestros” es árbol genealógico, es árbol de la vida. Irma Verolín lo construye amorosamente para ordenar las voces y también para insertarse en él y para que, de una vez por todas, logre escapar de sus bifurcaciones y del falso reparo que su sombra ofrece. Se me ocurre que después de este libro que agota las memorias familiares hasta la extenuación será mucho más fácil olvidarlo todo y dar vuelta la página como sugiere el último poema, finalmente mientras cocina la tarta de zapallitos, la niña ve llegar a su bisabuela que ahora tendría unos ciento cuarenta años y siguen ambas en silencio cocinando juntas. Cito: “Y enseguida/ la noche/ nos hizo una reverencia./ Después algo más sucedió. /Pero no lo recuerdo”. Entonces, extenuada la memoria, bienvenida la amnesia.
                             
 Más información:   http://nosotros.ellitoral.com/la-poesia-como-revelacion-personal/literatura#.WyfPcNIldPZ
                           http://www.todasantafe.com.ar/?p=14841



                     
Gaceta Literaria de Tucumán- Domingo 3 de junio de 2018





Diego E. Suárez

YO ES OTRAS


Acerca de “Árbol de mis ancestros”. Textos de Irma Verolín y fotografías de Paola Leiva (Santa Fe: Palabrava, 2018).


En uno de sus poemas claves, Alejandra Pizarnik ha dicho: “la lengua es un órgano de conocimiento/ del fracaso de todo poema”. Afirmación que el epígrafe de Liliana Lukin, colocado por Irma Verolín en el umbral de su poemario, parece refrendar: “La poesía, que no salva de nada,/ vendrá por nosotros.” Y remata: “Yo nazco cada vez que/ me tiran a un pozo sin edad.” ¿Qué versión nos propone “Árbol de mis ancestros” de este renacer en caída libre sin años cumplidos? Y su lengua, ¿se ofrece aquí, en todo caso, como órgano de conocimiento de qué?
El libro consta de cinco secciones, cinco ciclos autónomos y al mismo tiempo interdependientes: “1. Las niñas crecen, se reproducen y se transforman en lo inesperado”; “2. Las abuelas son estampidas de esa memoria que se desplaza y se retuerce sobre un espacio liso, blanco y espectral”; “3. Los hombres cuidan su sombra como a un animal que después de cazado los alimentará”; “4. Alabanzas a la soledad”; y “5. La palabra yo es ancha y cristalina”. Cada sección se comporta como un rompecabezas de imagen difusa y proteica: la primera, de una identidad buscada en el nacimiento, el nombre, la niñez; la segunda, de las abuelas y sus atributos (la máquina de coser, el delantal); la tercera, del padre, el abuelo, el hermano, el hijo del hermano; la cuarta, la ausencia como pérdida, pero también como forma de presencia; la quinta, la afirmación de un yo irreparable: “soy –ya no hay remedio– esa mujer”. Todos, poemas escritos “bajo la sombra de un árbol/ que no tenía tronco/ que no tenía ramas”, desplegando entre el “mi” y el “yo” un territorio íntimo, donde el espacio y el tiempo son espejismos que se superponen, se entrelazan, se nombran y se desdicen; territorio de perplejidades en el que es imposible hacer pie, y en el que yo es otra, pero sobre todo, otras: la madre, las abuelas, la hermana, la tía, la prima; y además, la niña, la joven, y sí misma (“esa mujer / que siempre huye de la escena”, porque “no había nada en mí indicando/ que yo fuera a seguir/ el orden natural de las cosas”), todas conviviendo “dentro de la palabra yo”. En este aspecto, las imágenes aportadas por Paola Leiva –alternando armónicamente la toma directa y el fotomontaje– enriquecen y potencian la mise-en-scène de este palimpsesto de yoes.
Respecto a nuestras preguntas iniciales, podemos arriesgar que ese sentirse arrojado al mundo sin edad, representaría la constante reescritura del pasado, del presente y del futuro (Olga Orozco dijo alguna vez: “No soy por lo que fui, sino que soy y fui por lo que seré”). En esta búsqueda, la lengua –que a pesar de asumir el fracaso a priori se obstina en su intento– se nos ofrece como un órgano de autoconocimiento (siempre inconcluso, siempre transformador).

Diego E. Suárez
Santo Tomé, 30 de junio de 2018




Dolores Etchecopar:
"Un asombro y un dolor tan antiguos y presentes pueden cobijar otro asombro, otro dolor, de la intemperie que recorta cada instante de nuestras vidas. Tus poemas hablan del tiempo, del instante y de la memoria, de los extravíos y de lo extraño que resulta estar aquí aún, viendo cómo se nos vuela algún otro sombrero, como gira la noche a nuestro alrededor, acercándose. "

Viviana Bermudez Arceo
"Libro construido en base a monólogos aparentemente sencillos. Se instalan en una región de limitada cotidianidad que se va ampliando hasta revelar sentimientos unánimes, que nos abarcan a todos."

Liliana Lukin:
"Dentro de la apariencia de sencillez, el libro logra esa reescritura de una historia con un tono a veces irónico, a veces casi humorístico, y  a veces muy conmovedor." 

Malena Saito:
"Su poesía tiene rasgos narrativos, personajes, series, secuencias que se arrastran, un ir  “contando”, mostrando los hilos de una historia que se intuye. Una presencia de un humor seco, sólido, en los remates. Por momentos cuando la leo, la siento emparentada a algunas poetas norteamericanas de la última ola ( incluso con Lydia Davis). También a Kato Molinari, a Estela Figueroa. "